viernes, 21 de noviembre de 2008

DEL HOMBRE MAS FEO AL HUMANO MAS BELLO
Trabajo realizado por:
Liany Evana Pieschacon Suescun
Margarita María Vélez Piedrahita
Sebastian Arango Restrepo
Yonhni Vladimir Isaza Giraldo.
[1]

Que electricidad tan lúcida bajo ese brillo propio, ¿para quiénes? ¡Luz roja¡ Era natural dadas las circunstancias respirar tal oxigeno, y no solo natural, necesario. Era la experiencia en donde se desconocía en un orden consiente lo que se estaba vivenciando. El mundo desaparecía, se embriagaba, se hundía en orgia de la roja felicidad. Los colores aparecían, la realidad ahí un todo ella, el encuentro con la pureza del ser mismo se agudizaba, hacía del cuerpo el mejor recipiente que guardaba la infinitud del espíritu. ¿Para quienes? ¡Luz amarilla! Una infinitud no comparable con la amplitud, sino con los ojos que a través de su mirada, se abren y abren las puertas. Aquí el cambio a luz verde. El coliseo greco romano un acontecimiento profundo de la virtud humana.
Sí, un clímax festivo aturdido por las dionisiacas inocencias de la crueldad. Esto era el oxigeno que activaba lo más propio del espectador, el instinto motivante que acusaba la voz para gritar ¡muerte! La crueldad para los griegos era el ingrediente más sublime para las divertidas jovialidades dueñas en la fiesta. Y es así, es de esta forma, es bajo este canal o por dentro de él, como los griegos encontraban en la crueldad la voluptuosidad más elevada del sentimiento de poder, el boleto para la felicidad, el puente para definir las naturalidades de las cuales un humano, ese humano, ha sido provisto, las naturalidades suscritas en la raíz del hombre; en su insisto. Ha, ¿pero qué propiedad permitía la expansión de una propiedad tan densa, tan fuerte, tan conglomerada como la crueldad? La propiedad de un ser vivo. ¿Pero de qué clase de ser vivo estamos hablando? ¿Qué solemne cualidad es digna de recibir tales apelativos? Ya está dicho, no puede ser otro que el inquietante humano de las edades griegas; el guerrero de la guerra más jovial: el señor soberano, el elegante aristócrata, el bueno, el ares.
¿Pero entonces cual es la propiedad conseguida del aristócrata que permite expandir la crueldad? Cual más que “saberse lo bastante fuerte para mantener la palabra incluso frente a las adversidades, incluso frente al destino”[2] la capacidad de responder por si mismo le da la licitud de despreciar a un inferior.
Sin embargo, para la palabra Grecia, para la palabra vida, la vida se asume como tal, como vida, sin justificaciones, sin anexos, sin prejuicios, a la vida anímica y por consiguiente, activa y guerrera, a la vida un todo Grecia, sobrevino un predicado para sí misma, sobrevino un pero estridente, ¿cuál? El pero que borra lo anterior al mismo, el pero que se ve traducido en la obra más sombría e inteligente, por así decirlo, de la empresa judeocristiana, el pero que tiene por nombre “transvaloración”; el arma de utilidad creada por los malos para convertirse en buenos, creada por los esclavos para volverse aristócratas. Es la “Metamorfosis conceptual” que volvió el malo en bueno, y luego el malo en malvado. Éste pero, esta transvaloración, esta nociva religión judeocristiana valoro, por la vía del resentimiento - engendro de la impotencia ante la salud física y ante la necesidad de guerra sembrada en el aristócrata- la compasión, la piedad, la benevolencia…., como los valores propios de tributo y como los valores en sí, como los mandamientos y tablas, como los antídotos de salvación. Y en la inversa, satanizo las propiedades del hombre, sus instintos más íntimos, felices y sublimes, satanizo su tierra más fértil, la tierra que pareciese edificada de manera inversa a la actual, que pareciese tomar el suelo en lo que hoy es el cielo, que pareciese, figurativamente hablando, tomar el cielo como el suelo de su raíz o su cielo como la raíz de su suelo, ellos satanizaron esas propiedades del hombre, y la grandeza que ellas implican, para condenarlas con el juete de la culpa.
Al compás de este orden de ideas y supeditados a lo que la idea escrita nos siguiere, tenemos un paralelismo de alternativas: quemar la proyección del trabajo a partir del recorrido de dos semestres: una lineal exposición de lo que en Grecia ha sido la permanencia de los instintos como algo propio e inherente a sus ciudadanos, como la idiosincrasia de esa ciudad. O una crítica que contemple tal exposición como argumento, para proponer, soportados en el discurso nietzscheano y en otros referentes, una oposición dibujada en un viaje, entre lo que hemos considerado el hombre feo, y lo que lo busca y lo pierde, lo que lo aplasta y lo desprecia, el humano que dice “¿quieres ir junto a los demás?, ¿o precederlos?, ¿o caminar solo?... hay que saber qué se quiere y que se quiere”[3], el ser que tiene oídos para escucharse como el humano más bello. ¿Pero entonces cual de las dos alternativas que el paralelismo propone tendremos como decisión? La necesidad de viajar para conocer-nos llevara a marearnos en ese viaje con el ánimo de experimentar las nauseas que permitirán vaciar el hombre feo, y así abrirse campo para que el organismo reciba la invitación de un hombre mas, de un humano más bello. La necesidad de viajar al psicólogo se hace sentir como decisión, decisión que se ubica en la segunda opción. Sépanse convocados al viaje.
“las aves de presa son malvadas. Ahora bien, yo soy lo contrario de un ave de presa, por lo tanto yo soy bueno”[4]. Así hablo el asno lógico y resentido. Claro que, existe un narcótico que puede, y así lo queremos, hacer disolver el asno y las aves de presa, hacer olvidar al asno del resentimiento y de su consigna: quien no sea igual a mí, si yo soy bueno, es malvado, ese narcótico es tan lírico y primaveral que hasta él, el más burro de los hombres; el decadente, abandonaría el recuerdo, olvidaría su culpa y su impotencia hacia el pasado, echaría de sí su fatiga y su eterno no. Hasta el asno se olvidaría de su cabeza dura, ablandaría con tal inocencia las explicaciones que afanosamente punzan su torpeza. Ese narcótico es un sí, es un jovial espíritu que baila las fiestas de la inocencia, las fiestas que no conocen por tanto se atreven hasta casi el abismo, las alegrías de la noche, las divinidades en el canto noctámbulo, ¿a voz de quien? Sí, ese dramático canto silba de los labios de un vino, de él Dionisos.
Queremos caminar sin método, en este caso escribir, pues un método es, como lo enseña la imagen dogmática del pensamiento inaugurada por platón, un cabestro con el cual se acerca, quien pretende, al conocimiento, a un fin, a una solución. El método, que es de paso una veneración suplicada por los que la envidian y una celosa cobija por los que la tienen, una artimaña llamada virtud, una efectiva explicación moral, pues no basta sino con aplicar el método y resuena deliciosamente un ya, un síntoma del instinto causal. Queremos, pues adentrarnos en una libre, pero seria, exposición de la idea, bajo las inocentes ansias de un paseo, de un viaje que inicia en la escasa palidez de un hombre actual que pareciese ni siquiera llegar a ser pálido, de un hombre lisiado, que tiene la facultad de movilizarse amotriz y torpemente, como un pingüino, pero no en su agua, y pese a esto se siente orgulloso, con sus movimientos cree bailar, grita airoso ¡mírenme, aquí estoy y con migo la verdad, tengo las virtudes, tengo la salvación. Y ¿ha donde queremos llegar? ¿llegar?, que ironías, dígase con fuerza retornar a lo que en algún momento fue el humano que aquí queremos evocar, sí evocar, pues reposa olvidado en la memoria de un feo, de un psicólogo y de otros muchos, reposa olvidado porque la semilla de este humano reconocida por Nietzsche, solo encontró como suelo una tierra árida y estéril, una mano desierta que le negó el agua para que reverdeciera, queremos retornar pues, a el hombre bello, al hombre que perteneció al pasado mas pasado y que si algún día brotase lo haría en el futuro más futuro. Queremos viajar del hombre más feo al humano más bello.
Lo particular de este viaje será su rumbo, pues viajara como no es común del hoy al ayer con miras al futuro, ara un retorno y se saltara lo recorrido en sentido retrogrado para ponerse en un futuro como propuesta, es decir, partiremos del hombre decadente y sus implicaciones, atracaremos en el puerto de la época antigua, en el puerto de su humano, el más humano de los humanos para mostrar su visión del tiempo, de su natural esencia , y de su ser, y finalmente, si así se le puede llamar, zarparemos al futuro más futuro, a las aguas menos azules.
Los invitamos al viaje.
“hora de partir”:
El puerto está incomodo con tanta pesantez que oprime su dorso, punza tal vez tanto peso, dispuestas están las amaras a la inutilidad, los convocado siendo mirados por él que será su anfitrión, murmullos queriendo ser gritos caminan de bocas a oídos mientras se convierten en tripulantes, o ¿polizontes? El viaje inicio, el hombre más feo se ha subido a lo que será un viaje de abandono ¿no pregunten de quien?
Todos sus tripulantes, es decir, todas las invenciones del hombre moderno, del hombre más feo han sido acomodadas en lo que serán sus camarotes. Ellas, esas ideas que supones sustentar la vida y dar relevancia o explicación a lo que vive en premura de ser explicado, se confabulan para hacer uso de libres, para hacer de todo un supuesto progreso, para llevar todo por la vía de la cristianización y espiritualización, para castrar lo que siempre han deseado pero nunca, por tenerse que significar como modelos y ejemplos, han podido liberar: lo envidiado, lo querido y lo que no es posible expresar. Hay lugar aquí para que el motor de este barco nos dispare un cañón: “la castración, el exterminio, es elegido instintivamente, en la lucha con un apetito, por quienes son demasiado débiles, por quienes están demasiado degenerados para poder imponerse moderación en el apetito”[5].
Éstas ideas y lo que se deja ver de ellas en su apariencia se han topado con una estridente sirena que ensordece, que irrumpe los murmullos, que rasga la extensión del buque y la extensión de ellas mismas desde la proa hasta la popa, que rasga la atmosfera viciada y perezosa que cobija la unión de esas ideas en lo que siempre las ha contenido; ese hombre feo. Esa sirena estridente trae un mensaje caótico que dice repetidas veces: Dios ha muerto, Dios ha muerto, Dios ha muero.
La conmoción se apodero de ese hombre feo, y así se le nota a nuestro triste hombre actual, algunas de las partes de esa unión llamada hombre, prefirieron, como es corriente, lanzarse al mar buscando la orilla firme, pues es difícil chocarse con realidades y deambular sin un eje de explicación, es propio de sabios de papel saltar para hacerse diferente y desde “tierra firme” creer tener la explicación de lo que apenas se aleja. Los sabios le temen a lo que está fuera de posición, prefieren anclarse que navegar.
¿Pero entonces que curiosidad se gesto luego de la frase escuchada por dichos oídos? ¿Qué viene entonces luego de escuchar la sirena y su consigna? Dios era el fundamento trascendental, era la causa, la coseidad, la causa sui que justificaba la vida, que le daba un alfa y un omega, que le daba la aprobación y la explicación mediante la fe a todo ánimo de interrogación. Dios era, por que ha muerto, la unión y la razón de vivir, “era el camino, la verdad y la vida”, era en definitiva el atenuante. Ése Dios decía “quien vive en mi no morirá para siempre”.
La incertidumbre que suponía no encontrar un ¿Por qué?, de no encontrar explicaciones, justificaciones, de no encontrar un paliativo para la intranquilidad de un no sé, creo para ese hombrecillo, luego de correr aturdido y chocar torpemente por la bulla de la sirena, de correr entre el ondulante movimiento de lo que fuese su “purgatorio”, la necesidad de ver en todo lo buscado, causas, acciones, agentes, y nuevas explicaciones que sanaran aquella herida. Aquí surgió para el hombre feo una particular explicación de su falta, una característica idiota de su tipo, una idiosincrasia que habla en vos de ella diciendo para su justificación, así “el reducir algo desconocido alivia, tranquiliza, satisface; una aclaración cualquiera es mejor que ninguna”.[6] Ese hombre feo construyo de la necesidad de las explicaciones traducidas a causas, un instinto irremovible de su tipo, pudo lograr, como lo dijo Nietzsche, que el instinto causal convirtiese la sensación ya no en el azar sino en sentido, en explicación, en hecho. Ese hombre quería determinar porque el oscuro día que lo acompañaba tenia tal color para él, necesitaba saber que se encontraba tras la superficie del mar, tras el juicio que sus limitados ojos podían sentenciar. Ese metódico hombre lógico trepo sacudidamente al filo del mástil, prolongo su lente visor, y sorprendidamente se dijo: razón a la vista, se lleno entonces de ímpetu y grito desde el bálsamo de sus certezas, he remplazo a Dios por otro dios.
Liviano ya en sus dudas, pero mareado, aparentemente tranquilo y como consecuencia algo feliz, con las preguntas al asecho y un triturador de ellas en sus manos, así se encontraba el hombre feo, vanagloriándose de sí, y parloteando su discurso. Se le veía bien gordo, pues al comer no masticaba, ese hombre engullía, pese a esto no se otorga el descanso de eliminar. Se quedaba con todo, decía con implacable voz, no renuncio a mis conceptos, ellos son mi salvación y mi razón. Mis virtudes, mi compasión, mi misericordia, mi temor, mi altruismo, mi vida, son amadas por mi por lo que supongo ellas me pueden dar: la salvación y la promesa de otro mundo, una playa diferente al horizonte que hoy me marca mis ojos, pues se que allá donde se juntan el cielo y el mar, puede instalarse la esperanza de que hay un más allá. Puede juntarse lo que siempre he anhelado: el cielo y el mar.
Estoy estable, puedo aun caminar pese a mis dolencias, espero con vehemente razón la llegada de un tranquilo atardecer, un ocaso que me reconforte, pues, como se lee en mi Evangelio; “el oro se acrisola en el fuego”; esta es mi puerta, pues si no sufro no tendré el boleto de entrada a lo que siempre ha justificado el arrastrarse en este valle de lagrimas. Amo mi sufrimiento pues amo mi paraíso prometido, el me redimirá.

He escuchado en las palabras dirigidas a nosotros, el decir que nos referimos ante los demás con un tono de rencor. Es falso, yo soy justo, no comulgo con el odio y el egoísmo, soy en la tierra lo que en el cielo es mi justicia divina, ella, él método de poner en el camino al desviado, no se parece a lo que muchos señalan castigo, mi justicia no es un regaño, no es una corrección, no es brusco dictamen que indica que huellas hay que seguir. Conozco de los hombres lo que conozco de mí, o quiero que los hombres comprendan que la maldad se entiende en los términos de la diferencia. Nosotros los bueno, nosotros los justos no pedimos desquite, nuestra justicia no es un desquite, no es venganza, nosotros pedimos el triunfo de la justicia, no odiamos al enemigo, odiamos la injusticia, lo que nosotros creemos y esperamos no es la esperanza de la venganza, sino la victoria del Dios justo sobre los diferentes. Nosotros no castigamos a nuestro hijo por lo malo que haya hecho, somos justos para redimirlo de su pena, lo enrutamos en nuestro camino, lo salvamos del que castiga. Nuestra explicación dice: “todo gran dolor, sea corporal, sea espiritual, enuncia lo que merecemos; pues no nos podría sobrevenir si no lo merecemos”[7]
Ya en lo profundo del viaje, las lunas para el hombre feo se instalaban en el cielo bajo la transformación de su forma, nada más que bajo transformaciones, ese animal de carga, ese pesado cúmulo de razones se traducía en la joroba que opacaba el resto de su cuerpo, era un “lisiado al revés, tenía muy poco de todo y demasiado de una sola cosa”[8], no veía el brillo del sol que le permitiese divisar la fealdad de su tipo, solo veía la carga y la cruz que sobre sus hombros reposaba. Veía nada más que por dos colores, el color del bien y el del mal, tanto le pesaban estos colores que sudaba como si de derretirse se tratara. “Semejante al camello se arrodillaba para que lo cargaran”[9]. Pero susurraba para sus oídos una voz de esperanza que le decía: “sí, la vida es una pesada carga”[10].
Luego se preguntaba entonces, contento por la promesa de salvación sembrada en él: ¿Cuántas noches han pasado sin ver nada más que las variaciones de una misma luna? Tras escucharse, otra de las porciones del maloliente hombre feo se amarro la razón al cuello, como pesada roca que lo hundiera a lo que el más prefiere; la nada, y como buena rana fría opto por aventarse al mar. Esa porción llamada filósofo creía que ese barco era un lugar muy pequeño para la repleta vanidad de la que él se consideraba provisto. No importándole lo que había observado, parpadeo y se reitero animosamente, pues sabía que lo doloroso de un momento, lo vivía porque tenía la certeza de que pasaría, porque después de toda tormenta retornaba la calma, su calma. Dueño de un esperar, y cobijado con la alegría de sus hipótesis, Abandono la plataforma del barco y encerrándose en lo que fuese su camarote y durmió su sórdido sueño.

Al día siguiente, la ansiedad de encontrar un escalón que lo trepase a responder su eterna cuestión, lo apresuro a correr a la superficie del barco para confirmar la cita de todos los días, para confirmar que en él se ha clavado la necesidad de esperar algo. Y sorprendentemente observo el sol de una gaviotas que le inducían a pensar: he llegado, esta la verdad cerca, o al menos estoy cerca de conocer lo que siempre he querido, de saber que existe algo más allá del horizonte que pareciera cerrar el transcurso de la vida. Ansioso pues, y animado por lo que suponía la presencia de las gaviotas, ese hombre se echo a la espera de la llegada, espera que le invirtió el ánimo y la ansiedad en desesperación e incertidumbre. No aguanto tanta incertidumbre, y se vio sometido, tras la espera insatisfecha, a ver como sus valores y sus fundamentos, sostén de su vida, se derrumbaban y a la par que se derrumbaba el sentido de su propia vida, a ver como su vida se perdía a sí misma. Cubierto entonces de la debilidad de la cual siempre ha sido el mejor representante, saco para él gallardía y se dijo cubierto de lagrimas “señor, señor, porque me has abandonado”, las gaviotas, al ver tanta bajeza, casi que lo miraron con lástima y compasión, pero se dieron cuenta una vez más que tanta fatiga no puede ser redimida por una voluntad ajena, que quien no haga nada por caminar nadie lo moverá, que quien no se viva a sí mismo no tiene derecho a objetar sobre su criterio. Al instante de reconocerse como hombre feo en el espejo de esos ojos que lo miraban, decidió lanzarse al mar, decidió permanecer crucificado, decidió morir.
Inadvertidamente un comentario delato para un receptor la llegada de un barco, el barco que fuese la invitación para conocer lo que esté presente necesita, lo que esté presente casi pasado pero en menester de futuro solicita. El barco arribo a la antigua Grecia, y ese comentario que insinuó la llegada de un barco se volvió comentario por el aviso de lo que para los feos fue un aviso; la presencia de las gaviotas. Ellas no tenían como función avisar para el feo lo que necesitaban, sino para el bello lo que fuese una invitación a un presente en premura de convertirse a futuro. Percatándose de la inesperada visita, los pertenecientes a esa Grecia, al ver que nada ni nadie descendía del barco, se dispusieron a echar una mirada de lo que frente a ellos se encontraba, en un inicio no encontraron nada, absolutamente nada, salvo un borreguillo amarrado a su camarote. Le preguntaros pues quien era y que porque estaba allí, y él rebuzno en medio de su mareo !no se! No sé ni porque estoy montado en este barco, y si me preguntan porque estoy amarrado les diré mi razón: no sé, pero me han llamado psicólogo. ¿Pero usted a que vino, acaso viaja solo?, no, no sé, en el inicio éramos muchos, escuche algunos lamentos y de pronto un silencio se adueño del barco.
El hombre feo luego de ser desatado pregunto donde estaba y quienes eran ellos. Entonces estos lo subieron a la tranquilidad de un medio día, y dijeron serenamente: soy el que le dice sí a la vida de todo corazón, ¿acaso en ti resuena un no?, soy el que ama lo que soy, soy un humano que desprecia al que degenera la línea de mi descendencia, soy un guerrero y odio el débil ¿acaso tu eres un fatigado hombre débil? Serenamente el humano dijo, amo mi naturaleza como la raíz de mi vida, no desconozco mis instintos, porque en ellos reside la alegría que diariamente me cubre. ¿Acaso tú te niegas, cuando te dices prohibir tus pasiones? Mi forma de vivir desconoce en todo sentido la necesidad de una justificación, pues la vida es un devenir constante en donde no niego nada de lo que me sucede, yo digo siempre si a lo que viene, y no lo vivo por la razón de que va a pasar, vivo con el deseo de que todo se repitiera eternamente, de que vuelva una y otra vez con todo lo que tenga, y todo lo que haya tenido del dolor, ¿acaso tú necesitas un dios que te llene de explicaciones y razones para vivir? ¿Acaso tú odias el pasado amargo, y te llenas de resentimiento con lo que paso haciendo burla a tu gusto? ¿Acaso necesitas una espereza que justifique lo que aquí estas luchando? ¿O es que acaso concibes la felicidad en la vida de una manera negativa, como no dolor, como no esfuerzo, no problema, no lucha? Yo soy un pensamiento trágico, soy en todo mi sentido un trozo de fatum.
El espíritu artístico me estimula y me brinda un desborde de alegría, yo ensalzo el sufrimiento que supone el vivir con el espíritu trágico. Deseo todo lo que la vida implique, su sufrimiento, su dolor, su agresividad, su crueldad. Yo encuentro en Dionisos, ese narcótico lírico y primaveral la vía de acceso para la jovialidad, ese narcótico Dionisos, “el dios del linchamiento triunfal”[11] es un sí, es un jovial espíritu que baila las fiestas de la inocencia, las fiestas que no conocen por tanto se atreven hasta casi el abismo, hasta las alegrías de la noche, hasta la disolución de todo lo existente, hasta perder el “principio de individuación”[12] y hacerse a la unión entre los hombres y la naturaleza, unión que nos produce una elevada cuota de placer, una dicha, un regocijo que solo Apolo puede moderar. Y ¿tú que con tu alegría, la tienes en la tierra o en tu esperanza?
El hombre feo, el psicólogo que “yacía ahora, enfermo, mustio, aborreciéndose así mismo, lleno de odio contra los impulsos que incitan a vivir, lleno de sospechas contra todo lo que continuaba siendo fuerte y feliz”[13], invito a esos bellos humanos a darle un sentido a su barco, a quitarle un no sé a su boca y a ponerle algo de belleza a su lugar, a su presente, que como presente tendría que ser transformado en futuro con ese humano que daba la muestra de ser el mas de los súper hombres.
Ellos lo miraros, y dijeron a voz gruesa; Los oídos del hombre más feo al escuchar la voraz exclamación “dios ha muerto” han corrido desesperados a llenar esa brutal orfandad con la paz de otras explicaciones. ¿Eres tú ese hombre feo? El humano más bello, el humano que aquí te habla, está ahí en su esencia más natural y jovial, ve en la vida un acontecimiento propio de ella, no esperaba una razón para vivir puesto que la vida misma obvia cualquier razón; su forma de pensarse se remite al brillo que le anuncia su fiesta: su fatalidad).
¿Quieres tu hacer la travesía del hombre más feo al humano más bello? ¿Quieres tu vaciar tus cargas y repetir un viaje más ligero y jovial? el psicólogo siguió parpadeando, y no cambio su parpadeo por decisiones. El bello pregunto de nuevo ¿quieres viajar?

BIBLIOGRAFIA
[1] Estudiantes de psicología de cuarto semestre de la IUE.
[2] Friedrich Nietzsche, Genealogía de La Moral, tratado segundo, Madrid, Alianza, 1998, P 78
[3] Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los Ídolos, Sentencias y Flechas, Sentencia número 41, Madrid, Alianza, 1998, P 36.
[4] Estanislao Zuleta, Comentarios a Así Habló Zaratustra de F. Nietzsche, Capitulo Sobre “el camino del creador”, Primera parte, Medellín, Hombre Nuevo editores, 2006, P 133.
[5] Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los Ídolos, La Moral como Contranaturalaza, Numeral 2, Madrid, Alianza, 1998, P 54.

[6] Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los Ídolos, Los cuatro grandes errores, numeral 5, Madrid, Alianza, 1998, P 66.

[7] Ibid, , numeral 6, 67.
[8] Friedrich Nietzsche, Así hablo Zaratustra, De la redención, Madrid, Alianza, 1998, P 126


[9] Ibíd. P 126

[10] Ibíd. Del espíritu de la pesantez, P 174.


[11] Rene Girard, La violencia y lo sagrado, Dioniso, Barcelona, Editorial Anagrama, 1995, P 142.
[12] Friedrich Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, La visión dionisiaca del mundo, Madrid, Alianza, 1984,
P 232


[13] Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los Ídolos, Los “mejoradores” de la humanidad, numeral 2, Madrid, Alianza, 1998, P 72.

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