miércoles, 26 de noviembre de 2008

POR UNA GENEALOGÍA DE LA LOCURA EN MEDELLÍN


POR UNA GENEALOGÍA DE LA LOCURA EN MEDELLÍN:
ESPACIO, CUERPO Y SUBJETIVIDAD
[1].


Por:
JOSÉ ANDRÉS FELIPE SILVA MANTILLA
Psicólogo de la Universidad de Antioquia
Estudiante de la Maestría en Historia
Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín








POR UNA GENEALOGÍA DE LA LOCURA EN MEDELLÍN:
ESPACIO, CUERPO Y SUBJETIVIDAD

El presente texto es tan sólo la formulación de un proyecto de investigación que se encuadra en la disciplina histórica. Así, la formulación misma del proyecto ya fue sometido a diversas observaciones por parte de pares evaluadores, fundamentalmente en lo concerniente al tipo objeto de estudio, a la metodología que dicho objeto precisa y al plan de trabajo por desarrollar. Éstas observaciones exigieron de mi parte reformular algunas ideas, replantear la metodología y hacer más explicito el plan de trabajo. Por ello, lo que voy a presentarles aquí es sólo la ruta intelectual que me ha sido necesario elaborar tras la reflexión del plan de trabajo. Por el momento haré dos advertencias a propósito de esta ruta: En primer lugar, el tema de estudió y la metodología de trabajo no son innovadores: existen trabajos precursores de éste en lo concerniente a la historia de la psiquiatría en Antioquía y los elementos metodológicos provienen de fuentes claramente reconocibles; sin embargo, y ésta es la segunda advertencia, fue necesario que tanto el tema como metodología fueran objeto de una reflexión que demostrara de mi parte el grado de apropiación; lo cual hace evidente que se ha generado cierta particularidad en ésta investigación, por lo cual se insinúa que hay una pisca de innovación. Dicha particularidad está dada por los tres elementos de la ruta -espacio, cuerpo y subjetividad- como los elementos que dan cohesión a la problematización que aquí se hace sobre la locura. No obstante, mi reflexión tiene todavía una deuda pendiente: no he tenido la oportunidad de compartir mis ideas con mis colegas a quienes -espero- sean los principales interesados en el desarrollo de éste proyecto. Por ello considero que ésta es la ocasión propicia para someter a discusión mi propuesta.

Así, mi interés por el tema de la locura siempre ha estado presente a lo largo de mi formación como psicólogo pues la he considerado como la frontera de la inteligibilidad del hombre, ya porque en los abordajes teóricos señala los límites de la racionalidad de la psicología, o también porque en su terapéutica implica un replanteamiento de la metodología y los objetivos de la tradicional intervención sobre pacientes no-psicóticos. Pero tradicionalmente la locura ha sido replegada a las formas de intervención médico-psiquiátricas, por ello fue tan solo en mis prácticas clínicas en la unidad de salud mental del Hospital Universitario San Vicente de Paúl de Medellín entre julio del 2004 y julio del 2005 la ocasión para tener un acercamiento a los pacientes psicóticos y tratar de comprender bajo sus propias formas del pensamiento lo que era ser o estar loco. Sin embargo, yo no hallaba el mismo interés en los otros miembros del equipo médico-psiquiátrico, lo cual me permitió tener cierta libertad para indagar en estos pacientes con unos propósitos y unas técnicas de entrevista diferentes a sólo extraerles información subjetiva para volverla objetiva. Esto era lo que se les enseñaba -y creo todavía se les enseña- a los residentes de psiquiatría bajo el dispositivo de entrevista médica. Entonces, los miembros del equipo médico debían tomar un curso de acción terapéutica, generalmente conductual y psicofarmacológica, mientras tanto yo continuaba indagando y conversando con los pacientes. Así, el loco devino para el equipo médico un objeto de la intervención psiquiátrica, en tanto que para mi era el sujeto de mis indagaciones psicológicas para tratar de comprender las producciones discursivas de su pensamiento. Ambos dispositivos de indagación clínica utilizan como unidades básicas de interpretación patológica la palabra y el pensamiento del paciente, pero las consecuencias terapéuticas son diametralmente opuestas. La psiquiátrica busca reducir la producción de incoherencias del pensamiento, mientras la otra busca avivar las producciones discursivas. La una calla al paciente, mientras la otra lo hace hablar.

Lo anterior supone interpretar a la locura de dos maneras diferentes: 1) Una caracterización preeminentemente objetivada que prevalece en el discurso médico-psiquiátrico. Esta parece haber sido la forma como el loco devino enfermo mental y se convirtió a su vez en objeto de estudio de un nuevo discurso médico: la psicopatología. O 2) Como una forma más de subjetivación dentro de la esfera general de las prácticas sociales que condiciona a los sujetos.

El presente proyecto investigativo surgió de esta coyuntura entre las visiones tecnológicas de intervención sobre la locura y establece la necesidad de una crítica al discurso psicopatológico de la psiquiatría para hallar las justificaciones de su actuar. También pretende ser un ejercicio ético del cuidado de sí-mismo. Es decir, para que el profesional que estudia y trata a la locura realice un ejercicio clínico responsable del saber que él mismo ostenta y limitar su poder sobre los que están a su cuidado, en particular el loco; y así respetar los momentos y mecanismos de sus formas de subjetivación. Es decir, que se busca justificar el conocimiento crítico de la historia de las transformaciones técnicas de la psiquiatría en Medellín como una acción ética que puede realizar el que trata la locura para no mal-tratarla. Así, se concibe la posibilidad de realizar un análisis crítico de los cambios de las prácticas médicas en el Manicomio Departamental de Antioquia para establecer su correlato con la apropiación del saber psicopatológico a nivel local. El archivo de Historias Clínicas del Hospital Mental que reposa ahora en la Universidad Nacional puede condensar las prácticas psiquiátricas y el saber psicopatológico bajo el contexto de la incorporación de estos en el dispositivo tecnológico hospitalario. Y cómo estas prácticas, saberes y materialidades dejan sus impresiones sobre la subjetividad de los pacientes.

Este discurso psicopatológico ha sido antecedido y seguido por prácticas médicas y sociales sobre la locura como el encierro, la exclusión, la inmovilización, la incomprensión, entre muchas otras; pero la objetivación de la locura a través de esta nueva disciplina, la psicopatológica europea del siglo XIX y principios del XX, ha generado unas acciones que tiende a minimizar las manifestaciones visibles de la locura bajo la racionalidad médica y esa supresión alcanza las formas no visibles de la locura, las de la subjetividad, que no son tenidas en cuenta por dicha racionalidad. Es decir, abordar los trastornos, enfermedades o pasiones (pathos) de la psique ha derivado en una práctica que desconoce las formaciones subjetivas de la ideación demencial, psicótica, alucinatoria y delirante que comprenden el drama subjetivo del estado psicótico. Así es como la intervención terapéutica psiquiátrica que se erige sobre una racionalidad científica biomédica que desconoce las configuraciones de la historia personal del paciente. Es decir, reduce las dolencias de la psique a un estado positivo, en el sentido material y observable, de alteraciones de la conducta por agitación -manía- o por falta de reactividad o resonancia psíquica -melancolía o depresión-. La psicopatología es así, la disciplina que favorece la captación médica de un estado conductual que se sintetiza en un cuerpo que parece abandonado por la cordura de la razón y la moral de su ser, y que ha sido segregado en el manicomio por las formas de vinculación próximas de su propia familia y las mediatas de la sociedad. O sea, que los trastornos de la razón y la desviación de su moral parecen que convierten al sujeto de la locura en una entidad inaprensible de forma directa para la terapéutica psiquiátrica y por ello se busca generar su intervención a través del continente material de dicha subjetividad, a saber: la corporalidad del loco. Es así, que proponemos a la materialidad de las prácticas médicas en torno a la locura como el horizonte sobre el que se puede cuestionar cómo los conceptos de la psiquiatría se transforman junto a las formas materiales del dispositivo médico, en particular los asociados a las prácticas hospitalarias. Es decir, que se debe establecer la corporeidad del loco moldeada por la materialidad de las prácticas médicas en la espacialidad hospitalaria. Así, la posibilidad de establecer la relación entre el cambio conceptual y las técnicas materiales de intervención terapéutica puede favorecer la inteligibilidad de las nociones de lo normal y lo patológico que determinan el curso del tratamiento a seguir en la enfermedad mental. Se puede suponer de antemano que este dispositivo intelectual posee como horizonte interpretativo la relación-tensión entre una psicopatología que se muestra teórica y epistemologícamente depurada y unas prácticas clínicas que parecen técnicamente adecuadas, conceptualmente coherentes y moralmente aceptadas. Entonces las prácticas terapéuticas hospitalarias de la psiquiatría deberían estar al nivel de la teoría psiquiátrica y de la moralidad social; pero lo que se haya en el fondo es que el psicótico sigue siendo un loco, su terapéutica es el encierro y su moralidad es el silencio.

Entonces, es inexcusable establecer una indagación en torno al surgimiento y sostenimiento de las categorías de lo normal y lo patológico a lo largo de una disciplina que no ha logrado justificarlas bajo el rigor metodológico de la racionalidad científica más allá de la aceptación pragmática y evidente de la existencia de los sujetos locos. De igual manera estas categorías de lo normal y lo patológico como formas de discriminar la salud de la enfermedad mental no han logrado justificar un abordaje terapéutico que sea en rigor la supresión de la enfermedad y la recuperación de la salud. Pero este no ha sido el camino que se ha seguido ya que no es el más viable para la implementación tecnológica hospitalaria en salud mental. La supresión de la enfermedad es una noción conceptualmente adecuada en las enfermedades infecciosas donde los agentes causantes de éstas han sido aislados en su mayoría por la tecnología del laboratorio. Pero en salud mental los agentes causantes de las enfermedades se resisten a esta reducción. Es sobre la relación entre la conformación, la apropiación y la aplicación del código del lenguaje psicopatológico en el contexto de la tecnología hospitalaria que se puede realizar una crítica coherente a la racionalidad psiquiátrica. Es decir, que sin la experiencia de la clínica el conjunto de las teorías psicopatológicas carecería de sentido. O sea, que la pregunta se hace sobre las formas prácticas de aplicación de un saber y no exclusivamente sobre el saber depurado y abstracto.

Ahora, es evidente que el proyecto arqueológico del saber de Michel Foucault brinda las herramientas ideales para ésta investigación, pero además se pretende integrar el proyecto a un dispositivo genealógico. Si éste aborda la relación discurso-poder, la arqueología establece el marco donde se inscribe dicha relación como posible: saber-verdad
[2]. Así, el estudio genealógico es la herramienta intelectual de resistencia contra la conjunción de un saber y un poder y la arqueología nos ofrece los elementes que sostienen la ecuación del poder. Entonces, ésta economía de las relaciones de poder se enfoca hacia una crítica histórica de las racionalidades que generan dominación. En otros términos, la crítica histórica podría ser la herramienta tecnológica para el cuidado de sí que debe realizar el profesional de la psicología o la psiquiatría. Por otra parte, este trabajo también debe mucho a Georges Canguilhem (1943), quien delimita primordialmente la forma de indagación sobre las disciplinas de la vida al anteponer a la indagación del saber científico la crítica del saber técnico de una disciplina, pues sobre éste es que se puede hacer visible las formas de normalización que se hacen comunes en la práctica científica. Y finalmente, otro referente ineludible es el aportado por Richad Sennnett (1994), quien ofrece una posibilidad interpretativa de la relación entre espacio y cuerpo como unas formas que solo se hacen visibles en la tensión entre la Carne y la piedra[3].

En síntesis, el esclarecimiento de los enunciados de lo normal y lo patológico en psiquiatría y el desvelamiento del poder ejercido por la imposición de éste saber en la clínica dependen del depuramiento de los alcances del discurso psicopatológico como disciplina teórica y de la psiquiatría como práctica clínica.

Ahora, se debe advertir que la indagación sobre de la locura en Medellín y el Manicomio Departamental de Antioquia no es un problema inédito, existen trabajos que generan un precedente para la presente investigación.

Así, como antecedente en la problematización de la espacialidad hospitalaria en Medellín encontraos a José Betancur Serna (1987) en su Aproximación al problema de orden físico-arquitectónico de un hospital mental. La idea por él expuesta parte de concebir como un aspecto fundamental del desarrollo del hombre el reconocimiento de su identidad en un espacio de desenvolvimiento y productividad y que para el caso del hospital psiquiátrico debe reflejar un ambiente doméstico que no violente al individuo
[4]. Así, se juzga a los hospitales psiquiátricos por su capacidad para reincorporar a un individuo a sus relaciones sociales, empezando por unas sociabilidades básicas y de contención en el centro hospitalario, también por la posibilidad de ofrecer una ocupación útil durante la estadía en el sitio de reclusión y finalmente la salida y retorno a la sociedad. Así, el hospital debe brindar los dispositivos espaciales que garanticen estos procesos. No deja de llamar la atención que como parte del proceso terapéutico se incorpore una terapia industrial o social, que implica la utilización de talleres para que los enfermos realicen algunos trabajos manuales, pero aún más curioso es que se insinúe que el producto de esta terapia puede retribuir un rubro al hospital, lo cual devela el sentido del trabajo como la acción propicia para salud mental[5]. Así, desde estas perspectivas, la espacialidad más adecuada para un tratamiento es el hogar, para no alterar el contexto social del enfermo, es decir, sus vínculos familiares y sus formas de producción. También plantea la posibilidad de unos niveles de intervención en las diferentes figuras institucionales del sistema de salud como lo son: centros de salud, unidades intermedias y hospitales regionales[6]. Bajo esta jerarquía, el hospital psiquiátrico es el último recurso o el más extremo ante las enfermedades mentales, dada la especificidad de sus tratamientos y, por ende, de su planta física.

Ahora, en torno a la especialización del conocimiento médico y sus demandas espaciales específicas se toma como arquetipo la especificidad espacio-técnica-saber de la cirugía. Entonces se debe reconocer que la psiquiatría también debe poseer unas especificaciones espaciales acordes con su saber y su técnica, en los cuales la escucha del discurso llega a ocupar el mismo lugar en importancia del auscultar los órganos en medicina general. Por ello, nos autorizamos a valernos de la metáfora según la cual se debe cortar y suturar el discurso del paciente en salud mental. Dicha tecnología precisa de una espacialidad específica que la optimice.

En cuanto a lo noción de enfermedad mental que podría acoger el Hospital Mental de Antioquia bajo la óptica que ofrece la interpretación de su planta física en Betancur Serna, se puede decir que impera la noción según la cual el enfermo mental debe ser aislado de la sociedad pues ésta altera su ánimo, pero apenas lo suficiente para que accesibilidad a los servicios de salud mental y su reincorporación a la vida social sean fáciles para el enfermo
[7]. Ahora, la tendencia es a tratar de ir incorporando cada vez más la vida hospitalaria en las dinámicas recreativas y comerciales de la ciudad incorporándose en las unidades de desarrollo comunitario, evitando el aislamiento del edificio.

En síntesis, el concepto arquitectónico que debe dominar las instituciones psiquiátricas es la elasticidad: “La elasticidad es un concepto básico en la actualidad, la cual permite crear y adecuar áreas hospitalarias utilizando tabiquería o panelería. De ahí que el componente estructural de vigas y columnas sea ideal para permitir cambios”
[8]. Pero al mismo tiempo en Betancur Serna persiste la idea de que a los locos no les dura nada y por tal sus instalaciones deben ser de mejor calidad de lo que regularmente se usa para los hogares[9], como en reiteradas veces lo denunciaba la señora María de Jesús Upegui, administradora de la casa de locos, al presidente de esta corporación en 1892:
“Señor con el debido respeto me atrevo a suplicarle tanto a usted como a la honorable corporación se dignen por el amor de Dios darme unas camitas para los loquitos. Estos pobres duermen en el suelo y este está sumamente mojado y a más muy desabrigada la casa todavía. Esta casa está muy descasa de todo, ni camas, ni cobijas, ni vestido, es pobre como ningún otro establecimiento de los que hay aquí. Hay cuarenta loquitos por eso le pido treinta camitas que de unos pedazos que han quedado podré arreglar unas diez. Pena me da porque me figuro que dirán que porqué no hay camas siendo tanto tiempo que se fundó esta casa, pero que extraño es que a los loquitos no les dure nada, la casa ésta siempre ha sido muy pobre y nunca ha tenido lo necesario, algunas camas he comprado, diez con las economías que he podido hacer. Muy malas ya se han destruido. Pido mil y mil perdones al señor presidente de la honorable” (Las cursivas son mías).
[10]

Elasticidad y durabilidad, el antagonismo que implica estos conceptos arquitectónicos nos autoriza a cuestionar las tensiones que se daban en torno a la demanda de una espacialidad que según estos criterios debe ser lo suficientemente elástica para que se adecúe a las demandas especificas de cada tipo de las entidades clínicas de la población hospitalaria, pero también de una calidad superior para que les dure a los locos. Debe adecuarse al imperativo siempre modernizante de la ciencia, pero también debe perdurar en el tiempo para la asistencia, control y administración de la locura en la ciudad nunca falte.

Finalmente, la idea de una falta de voluntad política aparece esporádicamente en los planteamientos de Betancur Serna como una dimensión diametralmente opuesta a los postulados teóricos o científicos que rigen la construcción adecuada de estos hospitales
[11]. Esto obedece a que el tratamiento hospitalario redunda en un gasto oneroso para el sistema de salud. La lógica que marca esta racionalidad medico-arquitectónica y, ahora, político-económica es la del costo-beneficio[12] y a su vez la lógica que formula esta economía es la del consumo de espacio y servicios hospitalarios; calculo que se traduce en las cifras de metros cuadrados y personal asistente. Es decir, consumo de aéreas físicas y de recursos hospitalarios[13].

En la historiografía de la psiquiatría en Colombia encontramos a Humberto Rosselli (1968)
[14] y en Antioquia a Alfredo De los Ríos (1981)[15] y Luciano López Vélez (2006)[16]-[17]. Pero se debe advertir que estos trabajos se caracterizan por un estilo de historia institucional. Por esto entendemos que es una sucesión de eventos y problemas, más no es así una historia problema. Es decir, que en su planteamiento no existe una problematización de los diversos cambios institucionales, sino una reconstrucción cronológica exhaustiva -y esto hay que reconocerlo- de los acontecimientos que configuran el pasado de la institución y dan la ilusión de un progreso teleológico de la psiquiatría que tiende hacia el estatuto de cientificidad, tan sólo retrasado por acontecimientos aparentemente ajenos a su propia configuración como disciplina médica; dichos fenómenos son de orden político y económico. Así, Alfredo De los Ríos y Luciano López Vélez destacan los diversos movimientos médicos y urbanos que caracterizaron las trasformaciones de las diferentes figuras institucionales para el control de los locos. Que se pueden descomponer así: Los intentos fallidos de crear una “casa de alienados” (1875), luego la creación del “Hospital de locos” (1878), la promulgación de la ordenanza para la creación del Manicomio de Antioquia (1888), su planeación (1889) y finalmente el traslado de los primeros enfermos al manicomio del paraje de Bermejal (1892). Así, sobre estas trasformaciones las figuras sociales y políticas que ejercieron su influencia fueron: la caridad y la beneficencia, donde las relaciones de poder se conjugaban entre gobierno e Iglesia a la cabeza del gobernador del Estado autónomo de Antioquia y el obispo, y sus brazos de ejecución, la Beneficencia de Antioquia y la Hermanas de la caridad; y posteriormente la incorporación de la disciplina en la tecnología médica a través del dispositivo biopolítico de la Junta de Higiene Departamental de Antioquia a principios del siglo XX[18]. Por ello, Luciano López resalta el periodo correspondiente a 1914-1919 como un periodo trascendental en la transformación y el mejoramiento de la calidad asistencial. Todos los cambios estaban contemplados en la ordenanza N° 25 de abril de 1914. En dicho periodo de la institución se implementa la Junta de Control y Vigilancia del Manicomio Departamental de Antioquia tras la derogación de la junta directiva del mismo, también la delimitación de un conjunto de funciones administrativas y asistenciales que debía cumplir el director-administrador del manicomio. Paralelo a esto ya se había emprendido el proyecto de publicación de un manual para el personal del manicomio. Y finalmente en 1915 en la ordenanza Nº 50 se implementaría un reglamento -basado en el de 1914- para que los médicos y alcaldes de los municipios de Antioquia conocieran las condiciones de remisión de los enfermos al manicomio[19]. También en 1915 se limita las funciones del director-administrador a velar por la “higiene general” del manicomio y, a su vez, para las otras funciones asistenciales, se nombra un médico auxiliar y que luego se complementaría con la reglamentación del cargo de un Médico interno en la ordenanza N° 34 del 28 de abril de 1917[20]. Esta división de las funciones del manicomio le facilitó al doctor Juan Bautista Londoño dedicarse a aspectos epidemiológicos-estadísticos de la institución, lo cual se reflejaría en los informes a la gobernación sobre la situación científica del manicomio a partir de enero de 1916. Lo significativo de estos hechos es que el doctor Juan Bautista Londoño resalta por primera vez la necesidad de una capacitación del grupo de miembros de la institución como una condición necesaria para la implementación de un verdadero funcionamiento asistencial, incluso de similar importancia respecto a la adecuación espacial del manicomio[21]. Así se genera una ruptura respecto a la continua, y ya para entonces reiterada, demanda por una espacialidad adecuada a los preceptos de la ciencia moderna como una condición sine qua non para la intervención de la locura. Lo que se puede vislumbrar son los primeros signos de la incorporación de la disciplina médica al campo administrativo de la locura.

Finalmente, Alfredo De los Ríos y Luciano López destacan las referencias al crecimiento y desarrollo económico de la ciudad que derivó en ciertas concepciones médicas como la que consideraba que la acumulación de población en esta nueva ciudad predisponía la exaltación de las pasiones a diferencia de lo que sucedía en el campo. Lo cual a su vez tenía su reflejo en las concepciones terapéuticas que se debían asumir, como el aislamiento del loco y del manicomio del centro de la ciudad para favorecer el reposo frente a la desorganización y la exaltación de las pasiones que producía la ciudad en expansión. Las demandas en torno a las disposiciones espaciales en la conformación del Manicomio Departamental son frecuentes y redundan en señalar su precariedad y por consiguiente su ineficacia terapéutica
[22].

Por el contrario, Claudia Maria Montagut (1997) en La Formación del Discurso Psiquiátrico en Antioquia: 1870-1930: Una Cartografía de la Exclusión
[23], realizó una interpretación crítica de la evolución de la psiquiatría en Antioquia que se caracterizó por establecer a través de la medicina legal en el siglo XIX tres formas de pliegues que existían en la locura: la política, como el problema social del loco; la moral, el control de sus comportamientos; y la antropología-biología, como la conceptualización natural y racista de la patológica criminal. Según Montagut, el manicomio sintetizaría estas tres formas sobre las que se pliega el problema de la locura y las reunió en una aparente pureza; y el artificio para dicha unificación partió del racismo y finalizaría en la moral[24]. Así, Claudia Montagut resalta la falta de un movimiento organizado en la conceptualización de la locura en la primera mitad del siglo XIX que obedece a que las tecnologías y los estatutos teóricos en torno al loco, en la legislación como en la medicina no eran claros. No eran objeto jurídico, ni antropológicamente enfermo. Todo ello a pesar de la clara difusión e influencia de la ciencia y tecnología europea sobre la locura. Es así como en el marco de la medicina legal y los juicios de interdicción aportados por la revisión del Archivo Histórico Judicial de Medellín, se muestra que la unión entre psiquiatría y medicina legal no fue clara, salvo por la utilización de un lenguaje médico aparentemente común, pues la medicina legal se practicaba ya desde la colonia[25]. Por el contrario la psiquiatría como intervención clínica orientada por ciertos principios científicos o seudo-científicos sólo se iría consolidando de manera irregular y discontinua desde la segunda mitad del siglo XIX a partir del establecimiento de los diversos esfuerzos administrativos para instaurar las diferentes figuras institucionales que se ocuparían del problema social de los dementes y locos (mencionado anteriormente). Y que tendrían su trasformación más significativa en la creación del Reglamento del Manicomio y el Manual de instrucciones para enfermeros y vigilantes del manicomio (1914) [26], que estipulaban un número de técnicas claras de control y administración sobre el manicomio y sus pacientes -también reseñado por Luciano López-. Justo a esto se destaca la coincidencia con la aparición del código de policía de 1914 donde se empezó a incorporar toda la tecnología administrativa para la ejecución del mismo: manicomio, casa de menores, instituto profiláctico y servicio de medicina legal[27].

Por otra parte la antropología-biología muestra que la expansión del espectro entre lo normal y lo anormal impone la mirada sobre el contexto social donde se desplazan los sujetos y lo alejan de una mirada más propiamente bio-médica de la enfermedad. Ahora, el abismo loco-cuerdo no es allanado por el saber psiquiátrico en la segunda mitad del siglo XIX, sin embargo la acepción del abordaje de la responsabilidad criminal se establece como una obligatoriedad de la “ciencia moderna”
[28]. Así, la geografía que se impuso desde 1898 es la de la criminología y las formas como se presentaban los informes –sexo, edad, razas, posición social, procedencia, posiciones relevadas- develan la política médica sobre el territorio, sobre los cuerpos; es decir, la higiene. La locura desde, 1902 a 1930, se estableció a partir de las regularidades de la geografía médica, es decir a través del surgimiento de un discurso descriptivo de la raza, la procedencia, los hábitos regionales y la herencia de los caracteres adquiridos. Bajo esta tendencia se producirán un gran número de tesis sobre medicina legal a partir de la década del 80 del siglo XIX hasta la primera mitad del XX. Entre las tesis que más destacadas se encuentran las de Martín Camacho (1916)[29], Nicolás Buendía (1928)[30], Rafael J. Mejía (1931)[31] y la tesis de derecho de Miguel Martínez (1895)[32], todos estos trabajos resaltan una gran influencia de la visión positivista de la criminalidad, es decir la escuela de antropología criminal de Turín donde se destacan a Lombroso, Garofalo y Ferri, junto a la antropometría de Quetelet. Lo que los dictámenes medico-legales impugnaban -bajo la influencia de la mencionada escuela de antropología criminal- son la estrechez de los conceptos de Demencia o Loco y lo que inauguraron fue el horizonte de una diversificación de la dicotomía hombre sano y hombre enfermo movilizando una nueva cantidad de población que en medio de estas dos categorías pedían ingresar al dominio de la psiquiatría[33]. Finalmente, como fuentes de los desarrollos teóricos y de la apropiación de las nociones de la psiquiatría en Colombia se encuentran las tesis de Jiménez (1916) La locura en Colombia y sus causas[34] y de Escobar (1900) Neurastenia[35] que Montagut referencia como la condensación de los pliegues de la locura en las formas de la terapéutica.

Tras todo este recorrido creemos que si bien el manicomio como institución presentó dificultades hasta varios años después de su fundación y la nosología fue ecléctica, la terapéutica se estableció como el talón de Aquiles, paradójicamente el área que mayor poder posee. ¿Acaso será esa misma indeterminación taxonómica y científica que salvaguarda la terapéutica de la siempre confusa abstracción y se impone como un conjunto de acciones concretas? Las peripecias de la medicina por establecer la enfermedad en el cuerpo del loco sólo devienen tras el establecimiento de la terapéutica. La relación entre enfermedad mental y terapéutica condensa las tendencias y medios por los que se definen la enfermedad. Sin embargo, todas las tendencias terapéuticas de las diversas interpretaciones de la enfermedad también incluirían el tratamiento moral o el aislamiento, que se basa en una teoría de los comportamientos. Todo lo anterior guarda su proporción con la forma como Georges Canguilhem (1943) ha planteado la transformación del conocimiento médico, en el cual se privilegia la aparición de los aspectos técnicos de la intervención sobre el desarrollo propiamente científico de la medicina
[36].

En conclusión: La cartografía de Montagut muestra las figuras que asume la medicina para la exclusión de la locura: el racismo, la moral sexual y la ley dan forma a la psiquiatría en Antioquia. Llevando al límite al lenguaje médico al justificar a través de la imagen de la enfermedad una entidad que es sine-materia y que aún así ejerce su poder sobre la materialidad corporal del loco. De la cual se desprenden dos desarrollos que arriban al mismo fin: 1) la neurología y 2) la moral, y el fin común es disciplinar y normalizar a través de las técnicas institucionalizadas con el encierro. También demuestra como los nuevos movimientos de la política y la economía tienden a desplazar aquellas fuerzas que se ocuparon inicialmente de la locura: la caridad y la filantropía. Pero Montagut, más allá de enunciar este fin que se justifica en todo su recurrido de la exclusión, no desarrolla las lógicas materiales del encierro. Por el contrario el trabajo de López Vélez de su Historia institucional y terapéutica puede caracterizarse como la visibilidad del continuo mejoramiento del continente de los locos por la elevación del número de los mismos, es decir que en el manicomio las exigencias espaciales para el tratamiento científico de la locura se realizan en relación con el aumento de la demanda de atención psiquiátrica en Medellín, la cual corresponde con la proporción del crecimiento de la nueva urbe industrial y comercial. Y bajo esta lógica del trato que se le dio al espacio en que se albergaba a la locura hubo una constante demanda de los recursos económicos adecuados. López Vélez termina por privilegiar la historia económica sobre la historia científica de la psiquiatría. La tesis del trabajo es que los médicos-psiquiatras administran pobreza como un factor etiológico de la locura, pobreza que se reflejaba por la falta de ostentación material y por la proliferación de problemas de higiene en el manicomio. Finalmente, De los Ríos nos ofrece una apreciación que da sentido a una interrogación sobre la materialidad de la intervención psiquiátrica como la forma de develar su heurística normativa en un periodo donde la justificación de la intervención no guardaba las proporciones científicas que de un tiempo para acá ha procurado las prácticas médicas, y que la constante preocupación por el espacio sólo circundó el mismo dispositivo conceptual-terapéutico que se esmera por intervenir el continente y no el contenido de la locura:

“Si las causas eran aún desconocidas o estaban implícitas en las teorías de la degeneración o de la debilidad constitucional, los recursos terapéuticos apuntaban a desterrar el síntoma, y a lograr una ‘restitución ad integrum’ mediante la cual esa naturaleza trastornada, debería regresar a sus carriles normales (49). Lo importante no era el contenido de la locura, sino el tipo de trastorno observado. Por eso el espacio de los manicomios, se ha considerado como un espacio predominantemente visual, donde se logra el registro de lo observado pero poco se escucha el discurso emitido. Las preguntas se dirigían al cómo, y posteriormente a un porqué, en el interior del cuerpo; pero el discurso mismo es desechado como significativo, y sólo es válido en cuanto adquiere una racionalidad posible en el contexto expresivo de una Semiología. De allí que la empiria es el punto de partida que predomina en los tratamientos utilizados y el papel del alienista y su equipo de vigilantes, es el de encausar y reorganizar ese síntoma, que subvierte el equilibrio natural”
[37].

Creemos que la problematización de la espacialidad terapéutica de la psiquiatría ha dejado ver toda su materialidad objetivante, incluso por encima de la ecléctica nosología de las enfermedades. Es por ello que el esclarecimiento arqueológico de los enunciados de lo normal y lo patológico en salud mental y el develamiento del poder ejercido por la imposición de este saber en la clínica dependen de la visualización material de los alcances del discurso psicopatológico como disciplina teórica y como práctica clínica en el contexto hospitalario.

Ahora, Sobre la metodología como la forma del dispositivo heurístico del proyecto podemos considerar dos puntos problemáticos: 1) La enumeración de unos pasos a seguir en la ejecución del proyecto para comprobar las hipótesis. Los cuales deben tener un sentido probatorio, tanto experimental como argumentativo. 2) El otro aspecto de la metodología que no necesariamente es diferente del anterior, por el contrario está en una estrecha relación, es la enumeración de un plan argumentación. En principio el plan de escritura pertenece al último momento de la ejecución del proyecto, pero desde el principio se debe tener un horizonte que brinde un esquema de trabajo y argumentación del texto final de la investigación. Es por ello que este plan debe ser coherente con el plan de trabajo y, más aún, debe hacer visible este último en la escritura a modo de bitácora investigativa. En síntesis, los puntos de la metodología deben condensar en un trazado coherente el plan empírico de investigación y el plan retorico de escritura, es decir un esquema argumentativo-probatorio.

Ahora, se ha hecho tal énfasis en la subjetividad negada de la locura en la argumentación del proyecto, que la realización de un plan propiamente empírico de investigación es poco clara ya que la historias clínicas del Manicomio Departamental no abarcan todo el periodo que aquí se propone (1875-1930), generando una desproporción entre argumentación del problema y las fuentes para el plan de investigación. Por ello se debe aclarar el plan general argumentativo-probatorio para justificar y equilibrar el componente investigativo del proyecto.

Así, la forma heurística que se ha puesto en juego es la visualización del cuerpo del loco o la corporeidad del loco moldeada por el manicomio, la cual debe hacer evidente la mencionada subjetividad negada. Esto supone una interpretación negativa donde a través de la visualización positiva de un objeto -el cuerpo en el espacio- se puede elucidar el negativo de dicho objeto -el sujeto negado-. Ahora, este plan en su componente investigativo y probatorio puede tener objeciones, pues al proponernos escuchar una subjetividad negada su positividad es imposible, pues dado que el carácter de su negación impone que sus registros sean mínimos o nulos y su elocuencia sólo puede ser legible por un acto intuitivo más que sensible. Digo intuir, pues la visualización de la subjetividad bajo esta lógica es epistemológicamente imposible. Creo que la subjetividad no se deja ver, ella, si acaso, se hace escuchar. Aún así, debo justificar el mecanismo por el cual la locuacidad subjetiva de la locura se nos revela a través de la intuición de su palabra negada. Y es aquí donde se debe recurrir a la visión genealogista de Nietzsche y Foucault para justificar la propuesta metodológica que se basa en una interpretación negativa de hechos ausentes, es decir en la intuición.

Así, en Nietzsche no se ha podido definir cuál es el impulso del hombre que lo lleva hacia la verdad. Tan sólo se ha hecho evidente los compromisos de los hombres a vivir en una sociedad como hombres veraces, a mentir de acuerdo con una convención firme; esto es lo que él llama la moral. Sólo a través de las convenciones del lenguaje es que se permite una oposición entre verdad y mentira; bueno y malo. Hablamos de las convencionalidades del lenguaje ya que este no sigue o recrea un proceso lógico. Así, Nietzsche define la verdad como:

“Una multitud en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismo; en una palabra, un conjunto de relaciones humanas que, elevadas, traspuestas y adornadas poética y retóricamente, tras un largo uso el pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas ya utilizadas que han perdido su fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que ahora entran en consideración como metal, no como tales monedas”
[38].

En otros términos, la inconsciencia del hábito de mentir hace que este adquiera el sentido y el valor de verdad. La incorporación de los convenciones del lenguaje en los movimientos de las relaciones y tensiones humanas impulsa el surgimiento de los monumentos a la civilización que niegan el pasado efectivo. La quietud de esos monumentos se constituye en el constante movimiento de las figuras y tropos del lenguaje. Pero ¿Cómo se congela o cristaliza esta vivaz dinámica del lenguaje? ¿Qué movimientos del pasado ofrecen la quietud del presente? ¡Qué vicio este del hombre de buscar en el dinamismo del pasado la serenidad de la identidad del presente! O ¿acaso podemos hacer lo inverso? Que a partir de la serenidad del presente se imprima nuevas fuerzas a los movimientos ya simulados del pasado para abrir nuestras posibilidades hacia el futuro.

Volquémonos un instante a los terrenos de la Genealogía de la moral donde se puede caracterizar estos movimientos que el hombre realiza del presente hacia el pasado. Allí se define al hombre como el que precisa del olvido para poder pronunciarse sobre el futuro. El olvido representa una fuerza vigorizante sin la cual no puede haber la tranquilidad en el presente
[39]. Parece que el olvido es ese movimiento que puede generar la quietud para el presente y sólo sobre el dominio del inanimado pasado el hombre puede manipular su futuro. Este futuro le es al hombre impredecible y el presente incomprensible sin la estática aprehensión del pasado. Entonces, lo que le depara al hombre estará dado por la forma como en el presente constituye su pasado. Pero dejemos que sea el propio Nietzsche el que nos lo sintetice:
“El orgulloso conocimiento del privilegio extraordinario de la responsabilidad, la conciencia de esta extraña libertad, de este poder sobre sí y sobre el destino, se ha grabado en él hasta su más honda profundidad y se ha convertido en instinto dominante: -¿cómo llamará a este instinto dominante, suponiendo que necesite una palabra para él? Pero no hay ninguna duda: este hombre soberano lo llama su conciencia…”
[40].

Dicha conciencia de dar cuenta de sí tiene su procedencia en las acciones del dolor humano que se han marcado en la memoria estabilizada del pasado que imprime al presente sus juicios y valores; esta es la mnemotecnia del martirio y del dolor asociada a la misma conciencia. Así, las mayores pesadumbres del género humano surgen junto al mayor logro de la civilización, a saber: su moralidad. Hallamos en esta uno de los monumentos en el presente de un pasado ya cristalizado. Así para Nietzsche el proyecto genealógico es un trabajo prehistórico sobre la eticidad de la costumbre que está justificado para movilizar una indagación sobre la moral petrificada del presente y las formas y los movimientos que esta historia devela deben ofrecer una positividad que permita rastrear los instintos negados. La eticidad de la costumbre como un trabajo prehistórico sobre sí-mismo parece ser el sentido del proyecto genealógico, pero esta pesquisa se aplica sobre la nemotecnia corporal y como tal debe ser el sentido del dispositivo metodológico de mi propia indagación de la historicidad del tratamiento de la locura. Las marcas corporales que debela la genealogía deberían poder modificar la actitud actual hacia los valores incuestionables y más caros ante el tratamiento de la locura, pues precisamente su precio, su valía, debe ser discutido -y por qué no, tal vez negociado- para que el camino de su depuración ética no sea obstruido por la añoranza de sus costos. Esta voluntad destructora o corrosiva de la genealogía ínsita al hombre a que redefina su historia, su identidad y, en el presente proyecto, mi posición ética como psicólogo ante la locura. La cuestión es cómo imprimir movimiento a esa estatua de la civilización para que los dominios del destino no estén sometidos a las formas paralizadas del presente.

En este punto es necesario introducir las discriminaciones que Foucault realiza de los términos de: origen, procedencia y emergencia. El primer término, el origen, implica la búsqueda de lo que estaba dado. Es la búsqueda de la razón constituyente y última de los hechos, que a su vez sea la razón única. Tras esta forma de indagación se busca la esencia identitaria de las cosas, la cual es, evidentemente, una concepción metafísica del pasado que implica un origen precioso y esencial de las cosas. En última instancia busca llegar al origen divino y verdadero de las cosas
[41]. Pero el mismo Nietzsche exigía que la crítica de la verdad fuera experimental, precisamente por el carácter metafísico en el que ella se sustenta[42].

El segundo término, la procedencia, destaca la relación con la fuente de los hechos o las cosas. Señala la pertenencia filial de las cosas en una especie, y al interior de ella las dispersiones que la han diferenciado. Dicha pertenencia filial no guarda una relación de continuidad ininterrumpida; la procedencia rescata las acciones, los accidentes y las desviaciones que marcan una nueva ruta a los hechos y a las cosas: este esfuerzo hacia el pasado no se ajusta a la identidad y verdad de las cosas
[43]. A diferencia del origen, la procedencia no solidifica las fuerzas del pasado, sino que le imprime un empuje que deja grietas, fisuras, y la estabilidad de los monumentos y la homogeneidad de su movimiento quedan tambaleando ante la apertura a un pasado dinámico.

En tercer lugar, la emergencia se establece como una lucha singular o de aparición de las versiones individuales dentro de una especie a través de un estado de fuerzas en tensión. Tal movimiento lo puede hacer un elemento de la especie que evita su corrupción por el reposo de sus fuerzas o estancamiento de su vitalidad. Es una tensión, o violencia, de las fuerzas que puede ejercer el individuo sobre sí mismo para procurar una redistribución dentro de la especie. Es decir, el elemento o individuo de la especie genera un distanciamiento y segregación por la redistribución de unos y otros en el espacio en que se desplaza la misma especie
[44]. Así, la emergencia deja traslucir un lugar de enfrentamiento y tensión entre los elementos de una especie generando algunas formas particulares que ya no pueden acomodarse con exactitud a la especie.

Ahora ¿por qué privilegiar los dos últimos términos frente al primero? ¿En qué se halla la justificación de que esta reconstrucción del pasado no es suficiente para dar cuenta de él? Debe haber algo del orden de la causalidad en la temporalidad que no se acoge a las dimensiones de la identidad y por tal a las dimensiones metafísicas. Nietzsche en la Genealogía de la moral cuando analiza el origen y la finalidad de la pena -o castigo- los separa, así puede tener como fin castigar pero ello no necesariamente demarca su origen
[45]. De lo que se deduce que la finalidad no es lo mismo que la causa productiva o efectiva de una cosa. Es decir, que a este nivel debe diferenciarse el tipo de preguntas que guían la investigación genealógica de cualquier objeto. Así, en la historia se destacan el recurso a la demarcación del donde y del cuando para tratar de circunscribir el área de influencia de un objeto sobre la cual se puede rastrear su condición particular. La cuestión es si dicha demarcación garantiza la discriminación del por qué de las cosas de tal forma que indique su finalidad. Sin embargo, la emergencia de un objeto en el pasado no garantiza que el por qué de su surgimiento se suspenda y perdure en el tiempo, es decir que llegue tal cual al presente y se prolongue al futuro. En la historia no se puede excluir la modificación de los objetos a partir de los diferentes usos que se les va asignando. La demarcación del espacio y del tiempo permite ubicar la aparición de un objeto particular, pero de ellos -espacio y tiempo- no se puede extraer la causa esencial del hecho. Ahora bien, se debería preguntar por el cómo tales objetos llegan a obtener ciertos fines. El análisis histórico confluye sobre este punto para tratar de establecer la mayor cantidad de condiciones que acompañaron la particularidad de un objeto. Así, la causalidad simple, lineal y continua del origen de cualquier objeto difícilmente puede ser depurada en el análisis histórico.

Ahora, se puede referenciar las tres figuras o movimientos que Foucault advierte como propios del sentido histórico del genealogista en su afán de imprimir movimiento al pasado. 1) En principio se recurre a la parodia y la bufa para evitar la solemnidad de la historia. El genealogista se presenta tras esta mascara, pues a través de la burla y risa se puede desequilibrar el sosiego que brinda el rostro de la identidad del hombre contemporáneo. Esta mascara del genealogista esconde el rostro de sus intenciones, a saber: 2) La disociación sistemática de la identidad de hombre contemporáneo. Así pues, se puede ofrecer nuevos rostros que impriman vitalidad a la fatigada cara de la identidad con lo mismo, con lo inmutable. Y en último lugar, 3) la historia genera un sacrificio del sujeto de conocimiento. Es decir, que al disolver la mueca petrificada del arrugado y cansado rostro del hombre contemporáneo se pueden ver reflejadas las inflexiones que han dejado el paso del tiempo en su identidad
[46]. El análisis histórico devela la forma misma de su constitución al estar al tanto la emergencia de sus propias fisuras.

Ahora, pareciera que este plan genealógico con su teleología de la parodia, la bufa, la risa posibilitara derrumbar la solemnidad de la historia de la práctica psiquiátrica para entrever algo de los componentes negados de la locura. La risa que pueda producir una historia genealógica de la locura debilita los cimientos que han objetivado al loco a través de la ritualidad y tradición de las prácticas médicas. En este movimiento argumentativo pareciera que la risa revela la vergonzosa y risueña cara de la locura que la técnica médica y la moral nos han querido ocultar. Así esas ideaciones del loco empíricamente pueden ser rastreadas en aquellas fuentes testimoniales de aquellos que se han pronunciado sobre la locura en las historias clínicas, en los juicios de interdicción por demencia, en las actitudes religiosas y políticas, en las referencia textuales hachas por testigos como médicos, abogados, jueces, alcaldes o por las alusiones hechas por estos en sus propias palabras sobre la locura. El sentido genealógico de la historia del Manicomio Departamental implica el rastreo de los juegos del lenguaje que derivaron en la solemne representación de la psiquiatría y la locura en Antioquia. Así, podemos considerar que el proyecto genealógico del Manicomio Departamental debe ser la excitación de movimientos ante una visión estática de la locura a través del análisis sistemático de los juegos del lenguaje -de las metáforas, metonimias, antropomorfismos- para avivar las formulas ya gastadas de la locura. Es decir, que la genealogía realiza la etimología técnica y moral de la locura para dejar intuir la presencia del loco en sentido extramural y extramoral respectivamente, o sea por fuera de los confines de los muros que la medicina y la moral han materializados en la espacialidad del Manicomio. Esta es una forma de análisis exterior del discurso como un trabajo histórico sobre las condiciones de aparición del discurso y no sobre lo que el discurso quiere decir, es el acontecimiento discursivo como un hecho de facto.
Entonces ¿dónde podemos rastrear la procedencia de la locura? En términos generales el plan de trabajo busca establecer las oposiciones entre diversas Técnicas sobre el cuerpo en dos registros: 1) la moral religiosa y la administración pública a finales del siglo XIX y 2) la medicina normalizada y el desarrollo industrial en Medellín a principios del siglo XX. Este plan de trabajo contempla visualizar los cuerpos en dos contextos a través de los discursos -como el religioso y el industrial- y las prácticas -como la policía y la medicina- que a su vez posean una espacialidad en donde se desarrollan. Así, el plan de investigación aquí descrito consta de siete partes (VII): (I) Las transformaciones de los valores antioqueños que se establecerán entre la oposición de: 1) La moral religiosa y 2) los valores industriales. Esto a su vez debe suponer una (II) Taxonomía moral de la locura: 1) La policía en siglo XIX poseía un sentido extendido del control sobre el comercio, las familias y las relaciones sociales en general e intervendrá a los hombres bajo unas categorías especificas: mendigos, alcohólicos, delincuentes, interdictos, pervertidos y locos furiosos; Y 2) con el advenimiento de la industrialización antioqueña el juicio sobre los hombres se fijara por su capacidad para amar y trabajar. Ahora, en cuanto a la figura espacial del Manicomio Departamental de Antioquia esta debe ser relacionada con (III) Los administradores de la pobreza y vigilantes del cuerpo: 1) Las hermanas de la caridad y la Beneficencia de Antioquia a finales del siglo XIX y la primera década del siglo XX y 2) Los Médicos, los psiquiatras y la Junta de Higiene Departamental. Este esfuerzo institucional es representado por una (IV) Desterritorialización y confinamiento de la locura: 1) Locuras errantes, 2) Las casas de locos y 3) El Manicomio Departamental. En este último es donde se hace posible y se condensa (V) El jardín de las especies y las celdas psicopatológicas: 1) Nosologías de la psiquiatría en Colombia. Al mismo tiempo este espacio condensa (VI) Las tecnologías médicas y psiquiátricas: 1) Tratamiento moral, 2) confinamiento y 3) el trabajo. Todo este recorrido debe necesariamente finalizar en una (VII) Ética diferencial sobre la locura: que permita concebir a 1) La salud y la enfermedad mental en sentido extramoral y extramural. La visualización de los valores inherentes a discursos y prácticas permitirá inferir los aspectos subjetivos que se han negado de la subjetividad de la locura.

Si el proyecto genealógico de la locura busca movilizar la mueca petrificada por la solemnidad de la historia institucional de la psiquiatría en Antioquia en el cuerpo y en el rostro afligido de la locura, dicho proyecto debe generar una risa ante este rostro: las ironías que encierra las tragedias del hombre siguen siendo la expresión por excelencia de su condición humana. Éste proyecto investigativo considera que la locura ha sido objetivada en un cuerpo, su subjetividad ha sido negada y por tal la reconstrucción histórica de dicha subjetividad sólo puede ser ficcionada. Por ello la historia del Manicomio Departamental no debe prometer la verdad sobre la locura en Antioquia, sino mostrar una locura verosímil a su contexto al ficcionarla bajo las imágenes que producen sus metáforas. Tampoco debe ofrecer quitar la venda a los ojos de la sociedad para mirar a la locura en su confinamiento, sino pedirle que los cierre para que se la imagine libre por las calles de Medellín. La genealogía de la locura y del manicomio no pretende llevar la luz a sus espacios, sino enseñar la oscuridad de sus celdas.





ARCHIVO HISTÓRICO

Archivo de Historias Clínicas del Hospital Mental de Antioquia.
Archivo Histórico de Antioquia.
Archivo Histórico de Medellín.
Archivo Histórico Judicial de Medellín.
Repertorio Histórico: Organo de la Academia Antioquena de Historia.
Anales de la Academia de Medicina de Medellín.

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[1] Conferencia para las jornadas de Genealogía y epistemología de los saberes psicológicos en el marco del Seminario en el horizonte Nietzsche ↔ Foucault. Lugar: Teatro municipal de Envigado. Fecha: Noviembre 19 y 20 de 2008.


[2] FOUCAULT, Michel. Nietzsche, la genealogía, la historia. En Microfísica del poder. Ed La Piqueta. España, 1992.
[3] SENNETt, Richard. Carne y piedra. Ed Alianza. 1997.
[4] BETANCUR SERNA, José Domingo. Aproximación al problema de orden físico-arquitectónico de un hospital mental, primera parte, caso: hospital mental de Antioquia bloque E. Universidad de Antioquia, Facultad Nacional de Salud Pública, Medellín, 1987.
[5] Ibid., pág., 21.
[6] Ibid., pág., 5-8.
[7] Ibid., pág., 14.
[8] Ibid., pág., 25.
[9] Ibid., pág., 27.
[10] UPEGUI, María de Jesús. A.H.M.. Comunicación de la directora de la Casa de Locos al Presidente de la Corporación. Tomo 247, Medellín, 1892, folio 406. Citado en LÓPEZ VÉLEZ, RUEDA y SUÁREZ QUIROZ. Historia institucional y terapéutica del hospital mental de Antioquia en sus 125 años. En Revista Epidemiológica de Antioquia. Medellín, 2007.Vol. 29 Nº 01 enero-junio 2007. Pág., 26-27.
[11] BETANCUR SERNA, José Domingo. Op. Cit., pág., 30.
[12] Ibid., pág., 7-9.
[13] Ibid., pág., 9.
[14] ROSSELLI, Humberto. Historia de la psiquiatría en Colombia. Ed Horizontes, 1968.
[15] DE LOS RÍOS, Alfredo. Un siglo de psiquiatría en Antioquia. En: Boletín Comité Historia de la Medicina. Medellín, 1981. V. 3 Nº 1.
[16] LÓPEZ VÉLEZ, RUEDA y SUÁREZ QUIROZ. Historia institucional y terapéutica del hospital mental de Antioquia en sus 125 años. En Revista Epidemiológica de Antioquia. Medellín, 2007.Vol. 29 Nº 01 enero-junio 2007.
[17] LÓPEZ VÉLEZ, GRACIA ESTRADA, RUEDA y SUÁREZ QUIROZ. Historia institucional y terapéutica del hospital mental de Antioquia en sus 125 años. Investigación del Centro de Investigaciones Sociales y Humanas (CISH). Universidad de Antioquia. Medellín, 2006.
[18] LÓPEZ VÉLEZ, RUEDA y SUÁREZ QUIROZ. Op. Cit., pág., 35.
[19] Ibid., pág., 45.
[20] Ibid., pág., 50.
[21] Ibid., pág., 41-46.
[22] Ibid., pág., 25-26.
[23] MONTAGUT, Claudia Maria. El discurso psiquiátrico en Antioquia 1870-1930: una cartografía de la exclusión. Universidad Nacional. Medellín, 1997. Este trabajo reposa en la colección de monografías de la biblioteca de la Universidad Nacional sede Medellín.
[24] Ibid., pág., 185.
[25] Ibid., pág., 54-68.
[26] Ibid., pág., 192-202.
[27] Ibid., pág., 40-48.
[28] Ibid., pág., 110.
[29] CAMACHO, Martín. Criminología. Imprenta Arboleda y valencia. Bogotá, 1916.
[30] BUENDÍA, Nicolás. Las monomanías impulsivas, estudio clínico y médico-legal. Tesis. Imprenta de la Luz. Bogotá, 1928.
[31] MEJÍA, Rafael J. Práctica médico-legal. Tesis de medicina. Imprenta Universidad de Antioquia, 1931.
[32] MARTÍNEZ, Miguel. Criminalidad en Antioquia. Tesis de derecho. Imprenta Universidad de Antioquia, 1895.
[33] MONTAGUT, Claudia María. Op. Cit., pág., 114.
[34] JIMÉNEZ, Miguel. La locura en Colombia y sus causas. Revista cultural. Año II. Tomo II. Bogotá. Agosto de 1916. Nº 16 Lección inaugural del curso de clínica de patología mental.
[35] ESCOBAR, Lázaro. Neurastenia. Tesis. Medellín: imprenta departamental. 1900.
[36] CAMGUILHEM, Georges. Lo normal y lo patológico (1943). Ed Siglo XXI. México, 1971.
[37] DE LOS RÍOS. Op. Cit., pág., 56-57.
[38] Nietzsche. Introducción a la teorética sobre la verdad y mentira en el sentido extramoral. En El libro del filósofo. Ed Taurus. Madrid, 2000. Pág., 91.
[39] NIETZSCHE. Genealogía de la moral. Ed Alianza. Madrid, 1984. Pág., 66.
[40] Ibid., pág., 68.
[41] FOUCAULT. Nietzsche, la genealogía, la historia. En Microfísica del poder. Ed La piqueta. Madrid, 1992. Pág., 9-10.
[42] NIETZSCHE. Op. Cit., pág., 174-175.
[43] FOUCAULT. Op. Cit., pág., 12-13.
[44] Ibid., pág., 16-17.
[45] NIETZSCHE. Op. Cit., pág., 69-72.
[46] FOUCAULT. Op. Cit., pág., 25-28.

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