miércoles, 26 de noviembre de 2008

LA VOLUNTAD DE SABER, ¿UN ENVÉS DEL PSICOANÁLISIS?



LA VOLUNTAD DE SABER, ¿UN ENVÉS DEL PSICOANÁLISIS?


Orlando Arroyave Á.


Sin agotar las múltiples lecturas que pueden hacerse del libro La voluntad de saber (1976) de Michel Foucault, proyecto inspirador y trunco de contar la historia de la sexualidad en Occidente, propongo explorar la empresa crítica al “psicoanálisis” en este libro tan polémico y singular.

Sin pretender hacer una síntesis imposible de este proyecto inicial de Foucault, esbozaré, primeramente, algunos de los problemas expuestos en este libro por este genealogista de una historia de la sexualidad europea (la hipótesis represiva, la ciencia de la sexualidad, el decir la verdad del sexo y, por último, el biopoder). De estas problematizaciones de la historia de la sexualidad se desprenderán algunos de los reparos críticos al psicoanálisis, en su conjunto, o en expresiones parciales como el freudo-marxismo. Por último, indicaré algunos elementos ético-políticos de este fracaso fructífero de genealogizar eso que llamamos “sexualidad”, objeto académico y científico, en la malla saber-verdad-poder-placer.

Estamos en 1976, en el epicentro intelectual de Occidente. En Paris, tan casta y burguesa, todavía perdura la fiebre libertaria del Mayo del 68. Esos debates, que interrogaron la sexualidad cultural y pública, mantenían una promesa de liberación sexual.

“Nosotros los victoriamos” nos hemos ensañado con el sexo, escribirá Foucault. Al nombrar a su generación, con ironía, como “nosotros los victorianos”, Foucault señala cómo los liberacionistas sexuales se encuentran atrapados en las preocupaciones propias de la época victoriana: un sexo parlanchín y la concepción del sexo y la sexualidad como la verdad profunda de lo que somos. A las “noches monótonas de la burguesía victoriana”, les espera la aurora prometida por los movimientos de liberación sexual. Los revolucionarios sexuales creen intuir que la revolución consiste en transgredir los tabúes impuestos por la sociedad europea, y por extensión al mundo colonial, que denominamos la moral sexual burguesa. Sin embargo, para Foucault, el discurso de la liberación sexual está conformado, igualmente, por la episteme propia del dispositivo de sexualidad.

Primera problematización de Foucault, la “hipótesis represiva”; el objeto de combate de los libercionistas sexuales. En el siglo europeo de XVII, emerge, afirman estos teóricos que interrogan el orden burgués, la represión sexual propia de esta clase social que logra un predominio paulatino en la esfera política y cultural. Antes del predominio de esta clase política, capaz de crear mecanismos de poder para realizar un control social cada vez más “científico”, los cuerpos retozaban de placer, afirman los teóricos de la “hipótesis represiva”. La burguesía represora del sexo sofocó el edén que respiraba el aire libre sin yugos en el placer sexual. La prédica de los teólogos sutiles de la liberación sexual prometía llegar nuevamente al paraíso perdido del sexo. Los liberacionistas sexuales nos han hecho soñar con otra ciudad del sexo, como en la Edad Media los teólogos nos hacían soñar con la Ciudad de Dios.

La prédica sexual tiene como blanco transgredir estas leyes que reprimen el sexo y prometer un sexo cada vez más libertario y subversivo.

En este libro, el Foucault polémico, aunque en público afirmaba que le parecían poco gratificantes las polémicas, debatió contra los seguidores de la teoría de la represión, conformado por los freudo-marxismo, desde Reich hasta Herbert Marcuse, pasando por los seguidores de Louis Althusser, o los “libertarios comunitaristas” alentados por Deleuze y Guattari con su Anti-edipo.

Al interrogar la hipótesis de la represión, que tanto sirvió de eje a la explicación de la sexualidad en los últimos 150 años en el mundo occidental, Foucault ponía un énfasis como genealogista, en la voluntad de saber; un título, por lo demás, nietzscheano; bien podríamos poner en su lugar una voluntad de poder. Mas Foucault, con el título de su libro, ponía de manifiesto la voluntad epistémica de una ciencia de la sexualidad, que examina el sexo en sus minucias y contingencias, en sus irregularidades y sus leyes.

Desde principios del siglo XVIII, en algunos países europeos como Francia, Alemania e Inglaterra, se desarrollan discursos científicos y empíricos para de la actividad sexual en el contexto de una preocupación general sobre la vida. Demógrafos, médicos, administradores sociales, psiquiatras, entre otros profesionales y científicos, recurren cada vez más a las hallazgos empíricos sobre la prostitución, enfermedades venéreas, perversiones sexuales, sexo saludable, etc., para “purificar” y “ensanchar” la vida. El sexo no solo es algo que se juzga; para Foucault el sexo se administra. A principio del siglo XVIII, en Europa, surgen mayores códigos legales centrados en la alianza familiar. Propiedades y alianzas familiares estaban en juego. El sexo es el punto bisagra que permite al individuo articularse, estratégicamente, a una jerarquía social y de poder. La burguesía considera al sexo como su máximo tesoro.

La “sexualidad” es inseparable del sexo de las alianzas. La sexualidad, que implica la esfera individual, compuesta de placeres privados, excesos o fantasías, pareciera constituirse “como la verdadera esencia de los seres humanos individuales, el corazón de la identidad personal” (Dreyfus, 2001, p. 202).

Foucault, como vemos, no centra su análisis en una represión social ni en las luchas de los teólogos de la subversión sexual de liberación del cuerpo sexual, sino que su historia crítica interroga esta idea un tanto metafísica de concebir el sexo y la sexualidad como el epicentro de nuestra identidad más singular y profunda. El ser por fin descubre su rostro eterno en el sexo. La metafísica logra que el “ser” encuentre otro puerto.

En su proyecto genealógico inicial Foucault pretendía esbozar, a través de algunos objetos históricos (la histerización del cuerpo de la mujer, la pedagogización del sexo del niño, socialización de las conductas procreadoras y la psiquiatrización del placer perverso) esa positividad del poder; éste engendra discursos y prácticas. La sexualidad hará parte entonces de un dispositivo, de un conjunto de normas, leyes, instituciones, tratados científicos y políticas de gubernamentalidad que harán que la experiencia del cuerpo sexual, sea uno de los objetos propios del biopoder. Las vidas humanas y no humanas serán racionalizadas, rentabilizadas y disciplinadas de acuerdo a estrategias de poder y dominación. La sexualidad será el campo privilegiado, en la esfera humana, del biopoder.

En su libro anterior, Vigilar y castigar (1975), Foucault había propuesto una genealogía de “la moral moderna mediante una historia política de los cuerpos” (Foucault citado por Miller, 1996, p. 323.); en este libro sobre el encierro, al explorar un ejemplo puntual, el origen de la prisión moderna, analiza cómo el cuerpo ingresó “en la maquinaria de poder que lo excavaba, lo despedazaba y lo reordenaba” (Ibíd.).

Esta racionalización del cuerpo, por saberes como el médico-jurídico, transforma, igualmente, nuestra experiencia con la sexualidad. Nosotros nos reconocemos en esta esfera epistémica, y de ella extraemos nuestra identidad presente.

En La voluntad de saber, Foucault explora el cuerpo sexual, el cual será objeto de preocupación de los saberes emergentes propios de la scientia sexualis.

Para “nosotros los victorianos”, nuestra identidad más profunda y enigmática es la sexual. De ella deviene lo que somos. Foucault deconstruye, con su método genealógico, centrado en las relaciones de poder, aquello que hemos dado en llamar nuestra identidad sexual, que se apoya en saberes como la sexología, la medicina, la psicología, la psiquiatría o el psicoanálisis para descubrir el rostro oculto de lo que somos a través de los saberes de lo expertos.

En “suma, [los análisis genealógicos] interrogan el caso de una sociedad que desde hace más de un siglo se fustiga ruidosamente por su hipocresía, habla con prolijidad de su propio silencio, se encarniza en detallar lo que dice, denuncia los poderes que ejerce y promete liberarse de las leyes que la han hecho funcionar”. (Foucault, 2000 [1976], p. 15)


La scientia sexualis es el saber moderno que atrapa la sexualidad dentro de la episteme que pretende hacer un discurso y una práctica científica de esta experiencia objeto de preocupación de la religión o mantenida en el marco amplio de la tradición familiar o el folklore antes de la modernidad europea.

Una ciencia de la sexualidad, que englobaba prácticas tan dispares y cercanas como la sexología, la psiquiatría, el psicoanálisis, la terapia sexual o la orgasmología, y que examina, con la minucia y la sesudez de un científico de las partícula cuánticas, objetos como el orgasmo, las enfermedades venéreas, las perversiones sexuales, las parejas perfectas e imperfectas, la demografía, las pandemias de enfermedades sexuales o los asesinos sexuales en serie, entre otros objetos de preocupación científica.

Esta ciencia naciente en el siglo XVIII, que hace parte de un proyecto occidental más global de racionalización paulatina de las sociedades occidentales, y que toma los cuerpos y las poblaciones como parte de una estrategia de gubernamentalidad en que el sexo es un asunto vital, se va constituir en uno de los pilares del biopoder.

Y el psicoanálisis, ¿cómo es percibido en el marco de esta estrategia? Foucault pone al psicoanálisis en el epicentro de este saber; el psicoanálisis con su doctrina y práctica ha dado un sustento a esta idea propia del biopoder, de poner a la sexualidad en el marco de una estrategia más global en las sociedades europeas.

Sin desconocer los matices, indicaremos dos reparos que podemos inferir de este proyecto crítico e histórico de Michel Foucault. El primero es doctrinal; el segundo “técnico”.

El reparo doctrinal. El psicoanálisis es la cúspide de una explosión discursiva sobre la sexualidad que prolifera en las sociedades europeas desde finales del siglo XVIII. Este saber y práctica creada por Freud, calza bien a esta nueva doctrina que el adjetivo de “revolucionaria” es más propio del mito que de la comprobación histórica.

En palabras de Foucault:

Lo que hay que localizar, pues, no es el umbral de una racionalización nueva cuyo descubrimiento correspondería a Freud —o a otro—, sino la formación progresiva (y también de las transformaciones— de ese “juego de la verdad y del sexo” que nos legó el siglo XIX y del cual nada prueba que nos hayamos liberado, incluso si hemos modificado (Foucault, 2000 [1976], pp. 71-72).


No nos referimos entonces a unos reparos históricos, mostrar, por ejemplo, que Freud no inventó propiamente la sexualidad de los niños; ésta ya había sido objeto de preocupación médica; o que la doctrina psicoanalítico no interrogabara la heteronormatividad sexual, si bien la hacía trastabillar el límite entre lo normal y lo patológico; sino que Foucault interroga al psicoanálisis mismo, por su ambición o empeño de construir una metafísica del “sujeto sexuado”. Foucault pareciera reprocharle al psicoanálisis el de llevar a la cúspide la empresa propuesta por la scientia sexualis de considerar que el epicentro de nuestra identidad se encuentra en la sexualidad.

La idea misma de que la sexualidad sea nuestra verdadera alma, la experiencia que por fin nombra lo que somos, daría un fundamento metafísico a esa pretensión propio del dispositivo de sexualidad.

Por otro lado, para explorar esa identidad profunda, el psicoanálisis se apoya en otra tradición occidental, la “prueba” del decir verdadero. Aparejada a esta identidad profunda que da la sexualidad, en el psicoanálisis hay una incitación a decir eso que somos, a “confesar” nuestra experiencia sexual, como si el placer fuera el nombra de la verdad.

El psicoanálisis perfeccionó con su dispositivo clínico la tendencia tradicional de soportar la verdad en un decir. El animal occidental, el animal de la confesión, dice su verdad al expresar su sexualidad en un decir que tiene como recepción la oreja de un experto.

Mientras China, Japón, India, Roma y las sociedades árabes, “se dotaron de una ars erotica, en que la verdad es extraída del placer mismo, tomado como práctica y recogido como experiencia” (Ibíd. p. 73); al carecer el occidente europeo de un arte amatorio como el Kamasutra o El Tao del sexo, en su desquite creó la confesión.

La confesión es una técnica de producción de verdad. En su origen religioso, como técnica cultural de producción de verdad, el concilio de Letrán, en 1215, la reglamenta como sacramento penitencial. Luego será una técnica que se aplicará en el mundo secularizado del derecho, de las ciencias sociales y humanas y la medicina.

De paso es importante indicar que a Foucault le interesa la historia de la verdad; pero la verdad no como una noción trascendente sino inmanente; una inmanencia epistémica. Se trata entonces de los juegos de verdad, la dinámica discursiva y práctica, que establece lo “verdadero” o “falso”, de acuerdo a una episteme que indica las categorías de “vericidad”.

A Foucault no le interesaba una analítica de la verdad en que algunos conceptos, como la patología sexual, por ejemplo, podían ser depurados de una razón impura y describir sus equívocos y sus aciertos científicos. Para Foucault es indisociable la verdad del poder. Por eso para este autor el poder no es una sustancia; el poder no se posee, se ejerce. Esta situación es dinámica, estrategia y reversible. El poder no lo posee el Estado, el Padre o un Saber.

En la técnica de la “confesión” se articula entonces el decir-saber-poder-verdad. En su origen religioso, la “pastoral cristiana ha inscrito como deber fundamental llevar todo lo tocante al sexo al molino sin fin de la palabra” (Ibíd. p. 29); en las “ciencias de la sexualidad”, tomando relevo del orden religioso, se articulará a ese conjunto de nociones decir-saber-verdad-poder, el del placer. El psicoanálisis haría parte de esa articulación propia de estas ciencias de lo que sexual en que hay una intensificación discursiva.

Por último quisiera indicar algunas consecuencias éticas y políticas de este libro, teniendo como base los cuestionamientos de Foucault, a la empresa de una ciencia de la sexualidad, a la cual pertenecería el psicoanálisis.

Michel Foucault, al poner la sexualidad dentro de una experiencia cultural, interroga muchos de los supuestos que tenemos de esta experiencia que le hemos dado el nombre de profunda y única. Este pensador estratégico, pareciera afirmar con su proyecto genealógico que nuestra experiencia de sujetos sexuados, es el efecto de un discurso y una práctica que Occidente se originó desde principios del siglo XIX.

Esto tiene consecuencias éticas y políticas. En las primeras, Foucault al proponer la posibilidad abierta de pensarnos de otra manera, esto es, la experiencia de sujetos sexuados, propone a su vez la posibilidad de ser otro. Foucault al proponer la tarea del intelectual, dirá en una ocasión, que éste tiene que “desprenderse” de lo que ha sido. Igualmente el “sujeto sexuado”, a través de estas interrogaciones genealógicas, está abierto a otras posibilidades no pensadas. Más que recabar en una reflexión para afianzar unos pilares inamovibles de lo que somos, la tarea genealógica busca llegar a ser otro de lo que hemos pensado. En una entrevista Foucault afirmará que el sexo no es una fatalidad; es una posibilidad de vida creativa.

En la esfera política, consecuencia de lo anterior, Foucault propone un ir más allá, y propone la
[…] la creación de nuevas formas de vida, […] la creación de nuevas formas de vida, relaciones, tratos amistosos en la sociedad, en el arte y en la cultura, de nuevas formas que se establecerán a partir de nuestras opciones sexuales, éticas y políticas. No se trata sólo de defendernos, sino también de afirmarnos y no únicamente en lo concerniente a la identidad sino en lo que hace referencia a la capacidad creativa.
Bibliografía de referencia

DREYFUS, Hubert y Paul Rabinow. Michel Foucault: más allá del estructuralismo y hermenéutica. Argentina, Nueva Visión, 2001.
FOUCAULT, Michel. La voluntad de saber. México, Siglo XXI, 2000.
FOUCAULT, Michel. “Sexo, poder y gobierno” (Entrevista). www.geocities.com/bakuninn/e.mf.html
MILLER, James. La pasión de Michel Foucault. España, Andrés Bello, 1996.




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