miércoles, 26 de noviembre de 2008

MEMORIA DE LOS COMBATES COMBATES DE LA MEMORIA

INSTITUCIÓN UNIVERSITARIA DE ENVIGADO
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
PROGRAMA DE PSICOLOGÍA

SEMINARIO
GENEALOGÍA Y EPISTEMOLOGIA DE LOS SABERES PSICOLÓGICOS

Memoria de los combates, combates de la memoria
- A propósito de Michel Foucault y la relación entre saberes que someten
y saberes sometidos-


“Tal vez la filosofía pueda cumplir aún un papel por el lado del contrapoder, con la condición de que ese papel ya no consista en hacer valer, frente al poder, la ley misma de la filosofía, de que ésta deje de pensarse como profecía, deje de pensarse como pedagogía o como legislación y se asigne la tarea de analizar, dilucidar, hacer visibles y por lo tanto intensificar las luchas que se libran en torno del poder, las estrategias de los adversarios en el seno de las relaciones de poder, las tácticas utilizadas, los focos de resistencia;
con la condición, en suma de que la filosofía deje de plantear la cuestión del poder en términos de bien o mal, y lo haga en términos de existencia”
Michel Foucault “La philosophie analytique du pouvoir”, 1978

“En el mundo actual, ¿qué puede suscitar en un individuo el deseo, el gusto, la capacidad y la posibilidad de un sacrificio absoluto, sin que pueda suponerse en ello la menor ambición o el menor deseo de poder y ganancia? Es lo que vi en Túnez, la evidencia de la necesidad del mito, de una espiritualidad, y el carácter intolerable de ciertas situaciones producidas por el capitalismo, el colonialismo y el neocolonialismo”
Michel Foucault, “Entretien avec Michel Foucault”, 1978

“… si el estratega es el hombre que dice: “Que importa tal muerte, tal grito, tal levantamiento en comparación con la gran necesidad de conjunto, y qué me importa en cambio tal o cual principio general en la situación particular en que nos encontramos”, pues bien, me es indiferente que el estratega sea un político, un historiador, un revolucionario, un partidario del sha o del ayatolá; mi moral teórica es lo contrario.
Es “antiestratégica”: ser respetuoso cuando una singularidad se subleva e intransigente cuando el poder transgrede lo universal”
Michel Foucault, “Inutile de se souveler?” 1979



Introducción

La presente reflexión tomará como base fundamental los planteamientos que a propósito se presentan en el texto que recoge el curso dictado por Michel Foucault, desde el 7 de enero hasta el 17 de marzo de 1976 y que lleva por titulo “Defender la sociedad”. Este texto posee una importante pertinencia académica; ésta radica en su doble condición: en un sentido, por la línea teórica que despliega a propósito de los desarrollos en las nociones cruciales siempre trabajadas por este pensador como lo son poder, saber, discurso, verdad, sujeto y, que en este caso, discurrirán en torno a la guerra como noción analizadora de la historia. En otro sentido, por la coherencia de la vía de pensamiento y de indagación de un horizonte en el que se abre la pregunta por la situación histórica del sujeto y que, en este caso, se ubica entre la publicación de “Vigilar y Castigar” y la “Voluntad de Saber” –Primer Volumen de la Historia de la Sexualidad-, vértice desde el que se lanza el pensamiento acerca del biopoder y que va a ocupar a este pensador hasta la recta final de su vida intelectual.

En este ejercicio se hará un énfasis especial en situar el recorrido allí donde el autor nos ubica en la esfera de las relaciones de poder y de las luchas disputadas a instancias del saber, de los saberes, toda vez que desde esta perspectiva, se rompe con la visión esquemática y sistémica de los recorridos epistemológicos que canonizan a propósito de las ciencias y frente a los cuales la visión genealógica enuncia y denuncia más bien un campo de lucha entre saberes y entre memorias y, por lo tanto, un campo de poderes que se enfrentan permanentemente.


I. De defendernos contra la sociedad a defender la sociedad.

El recorrido planteado por Michel Foucault, a propósito del tema que concierne a este curso, que también puede ser tomado en su otra acepción “Genealogía del racismo”, se puede realizar en un primer momento sobre la posición de la doble defensa de la sociedad, categoría histórica que va ha tomar suma importancia hasta nuestros días. Su intención en esos momentos es la de cerrar un ciclo de investigaciones y la de abrir otro, sin que en ello estribe una ruptura sino, más bien, el paso a otra instancia de su pensar, pues tenemos aquí la evidencia de un proceso de pensamiento que se desplegó desde la indagación a los procesos y procedimientos de normalización penal y psiquiátrica hasta la pregunta por la génesis de las teorías de saber que se ocuparan de las técnicas y los discursos de control del sexo y de las anomalías.

Cabe decir que la enseñanza de Michel Foucault se inscribe y se sintoniza con los acontecimientos históricos del momento. En este caso, plantea como, desde años recientes se ha presentado todo un movimiento de contracultura situado en la crítica a las instituciones que sustentan su existencia a partir de un totalitarismo teórico, esta crítica se evidencia, por ejemplo, en los movimientos antipsiquiátricos y antipedagógicos, en la revolución sexual y en la proliferación de movimientos sociales de liberación nacional en el llamado tercer mundo (África, Asia y América Latina). También, resalta la emergencia de la crítica a los discursos en las corrientes de pensamiento y su capacidad inventiva, su presencia como acontecimientos, por ejemplo, hace una especie de homenaje al “Antiedipo” de G. Deleuze y F. Guattari. De toda esta situación resaltará lo siguiente: en primera instancia, el carácter local del movimiento de crítica que puede ser visto como una producción teórica autónoma y descentralizada. Producción periférica y a contracorriente de las imposturas de la razón institucional. En segunda instancia, desde lo que denomina como los “retornos de saber”, como una vuelta al escenario social e histórico, en su forma insurrecta, de unos “saberes sometidos”.

Vale presentar aquí una primera referencia a la forma como Foucault nos presenta la noción de “saberes sometidos”, en la medida en que por ellos se debe entender dos cosas: de un lado son aquellos “contenidos históricos que fueron sepultados, enmascarados y coherencias funcionales o sistematizaciones formales”[1]. Estos contenidos permitirán recuperar el clivaje, la oposición dialéctica de los enfrentamientos y de las luchas, que desde los ordenamientos y las organizaciones normalizadoras se buscan enmascarar. De otro lado, se refiere a estos como “a toda una serie de saberes que estaban descalificados como saberes conceptuales, como saberes insuficientemente elaborados”[2], aquellos que discurren periféricamente con respecto a la centralización de la exigencia científica, saberes emergidos desde abajo, desde las gentes, descalificados, marginales, locales, tribales, grupales; propios del loco, del enfermo, del delincuente, del partisano o bandolero.

Ahora, lo que deviene para Foucault es una reflexión que tomara el flujo de la doble corriente del saber de la erudición y de la descalificación, en tanto sometidos, para relanzarlos como saber histórico de las luchas. Para ello, nos presenta una apuesta metodológica que permitirá revivir la lógica de estas luchas y la memoria de sus combates. Se trata de la Genealogía de la que –en resonancia con el legado nietzscheano-, establece lo siguiente:

“(Se puede llamar Genealogía)… al acoplamiento de los conocimientos eruditos y las memorias locales, acoplamiento que permite la constitución de un saber histórico de las luchas y la utilización de ese saber histórico en las tácticas actuales… (La genealogía es una “anticiencia”. Ella se muestra como una “insurrección de los saberes”, pues) debe librar su combate, contra los efectos de poder propios de un discurso considerado como científico...”[3]

En este sentido, el abordaje genealógico a los procesos históricos se nos propone como la acción que pone en juego unos saberes no legitimados frente a la impostura de unas ciencias tenidas como conocimientos verdaderos. Es una especie de empresa del conocimiento destinada a romper el sometimiento de los saberes históricos y a liberarlos, haciéndolos capaces de oposición y de lucha contra “la coerción de un discurso teórico, unitario, formal y científico”, de tal manera que tendríamos un doble método en el que “la arqueología sería el método propio de las discursividades locales, y la genealogía, la táctica que, a partir de esas discursividades locales así descriptas, pone en juego los saberes liberados del sometimiento que se desprenden de ellas”[4]. No obstante, a la genealogía insurrecta subyace un peligro paradójico, aquel que entraña la conversión del discurso histórico de su propia entraña, como teoría totalitaria y unitaria, en esa vía de los juegos discontinuos y de los cortes epistemológicos en el que un saber insurrecto puede ser re-colonizado, re-codificado, inclinado hacia una especie de inclinación teleológica del para qué.

Ahora bien, en esencia y de fondo, desde la perspectiva genealógica, se persiste en un cuestionamiento continuo al poder, determinando cuales son sus mecanismos, sus efectos, sus relaciones y los dispositivos de su ejercicio a diferentes niveles en la sociedad. Desde este punto de la cuestión y de la metódica genealógica abordada, Foucault introduce el elemento histórico que va a indagar, aquellas concepciones del poder en la esfera jurídica, política y económica, en la medida en que las dos primeras tendrán que ver con la tercera –desde la tradición emanada del siglo XVIII-, en un punto de confluencia: el poder, como poder concreto del individuo como un bien, como un derecho que se cede o se enajena por la mediación de una transferencia contractual con el fin de constituir una soberanía política. Aquí, la constitución del poder político se realiza según un modelo de operación jurídica al nivel del intercambio contractual. Operación que vista desde una concepción económica del poder en la perspectiva marxista, nos permite analizar su funcionalidad en términos del mantenimiento de un status en las relaciones de producción como dispositivo indispensable de sustentación de la dominación a nivel sociopolítico.

Ahora bien, aquí se abre una necesaria delimitación conceptual en dos sentidos:

En un primer sentido, a propósito de la noción de poder, tan cara y persistente en el pensamiento foucaultiano. En este sentido nos afirma que el poder: “… no se da, ni se intercambia, ni se retoma, sino que se ejerce y sólo existe en acto… el poder no es, en primer término, mantenimiento y prorroga de las relaciones económicas, sino, primariamente, una relación de fuerza en sí mismo… es esencialmente lo que reprime… lo que reprime la naturaleza, los instintos, una clase, individuos”[5]. Esta constante que es el poder no se halla determinada por una funcionalidad específica, sea esta política, económica, sexual, social, cultural; tampoco se sitúa o se encarna en un sujeto histórico determinado, sino que más bien es una fuerza en sí que, como tal relación de fuerza, se desplaza en una diáspora continua y dialéctica y se ubica allí en el seno de las contradicciones, de las síntesis emanadas de aquello que reprime. No porque lo que es reprimido sea de plano borrado, sino más bien porque el efecto de lo reprimido entraña la incitación gozona de lo que pugna por retornar, persistir, resistir e insistir.

En un segundo sentido, a propósito del análisis del poder en términos de guerra, ya que en sí mismo es una puesta en juego y un emplazamiento de relaciones de fuerza, que llevaran a Foucault a presentar su propio análisis del devenir histórico, en la medida en que deben ser procesos vistos desde tres puntos: en primera instancia, desde unas relaciones de poder cuyo punto de anclaje es la guerra misma. En segunda instancia, al mirar el poder político como aquel que resitúa a unas relaciones bélicas jugadas en medio del silencio y de la sombra proyectada por los discursos de soberanía. En tercera instancia al presentar aquella inversión por la cual la política se plantea como la continuación de la guerra, en la medida en que ésta es fuerza desequilibradora, en términos de ser medio y mediación de la continuidad de la confrontación como tal.

Es así como Foucault despliega toda su reflexión en torno a la guerra como matriz y principio de funcionamiento del poder. Lo que le permite proponer como base el hecho de que toda sociedad está atravesada por las relaciones de poder que la caracterizan y la constituyen, articulando para ello una suerte de economía política de los discursos de verdad en función de ese mismo poder. El poder como fuerza que obliga a producir la verdad, en su decir y en su búsqueda, al institucionalizarla, al hacerla un bien, una riqueza, un engranaje, una ley, un dispositivo especifico de la norma.

Esta reflexión entablada entre las reglas de poder y el poder de los discursos instituidos como verdaderos, conducirán a proponer la relación tríadica entre poder, derecho y verdad, con el fin de situar histórica y genealógicamente el lugar y el devenir de los llamados discursos de soberanía, ubicados desde un eje de relación entre dominación y sometimiento, allí donde el derecho se erige como legitimador del poder del soberano en el lugar de la dominación, y el sometimiento se articula a las múltiples formas en que se ejercen socialmente las relaciones entre pares, en una multiplicidad de formas subyugantes. Desde aquí el poder será redimensionado así: como extremo y externo a lo jurídico; como efecto en los sujetos y en su producción; como instancia itinerante, nómada, móvil, trashumante.

Al tomar un análisis del poder con respecto a las teorías de la soberanía, Foucault va a situar la génesis de la lógica contractualista que supondrá en el sujeto-súbdito el elemento dinamizador de las relaciones de dominación, en tanto este cede de sí, de su voluntad, de su fuerza, para legitimar la unidad de un poder central que reside en el soberano por la vía de la ley. Y más allá, se situará en el análisis de los operadores de la dominación y de las estrategias y tácticas que utilizan formas locales de dominación. De ahí que su programa investigación pretendiera lo siguiente:

- La posibilidad de plantear la existencia, la presencia y la persistencia de la guerra en la base y como genésica, frente a otras relaciones del tipo: división del trabajo, sistemática de las desigualdades o dogmática de las rivalidades.
- La posible funcionalidad de la guerra, como forma y mecanismo que acoja a las formas de la rivalidad, el antagonismo grupal, clasista o individual.
- El análisis del asunto del “arte la guerra” como discurso de la institucionalidad misma del ámbito disciplinario militar. La guerra como técnica, la técnica como utillaje bélico.
- La constante de una pregunta por establecer la funcionalidad subrepticia de la guerra en todas las relaciones sociales de poder, en la medida en que el orden civil se puede entender como “orden de batalla”.

Si con Carl von Clausewitz se hace histórica y clásica aquella máxima según la cual “la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios”, la guerra como acto e instrumento de la acción política. Entonces, con Foucault la formula se invertirá para relanzarse en el sentido en que “la política no será más que la continuación de la guerra” por múltiples medios. En este sentido, el campo social a de ser visto como campo de batalla en la dinámica de la confrontación continua.

Aquí, en esta forma de ver la historia, Foucault nos propone redimensionar la noción y la conceptualización del término guerra, al ponerlo a jugar como dispositivo funcional y fundamental de una estructura binaria de la sociedad sintonizada con la visión de la dialéctica y las contradicciones de clase, pero rebasando la determinante del elemento económico –éste si juega un papel importante, pero no del todo definitivo. Entonces, el proceso que se analizará se hará en contraposición a los llamados discursos de soberanía que suponen la instauración un orden de verdad, de saber y de poder residentes en la figura del soberano, de quien emanan las posibilidades del monopolio de las armas y de la muerte y, por lo tanto, en quien residirá y se supondrá el establecimiento del orden y de la paz hacia los dominados. Un análisis que versa mucho más sobre la guerra, que sobre la tradicional versión de la soberanía contractualista, al hacer un énfasis en la concepción del poder como vértice y dinamizador de relaciones de fuerza que implican una constante: la confrontación. Un análisis que tomará como punto de partida las actas fundacionales de las naciones europeas desde los tiempos de fractura del Imperio Romano en franca lid con la multiplicidad de pueblos periféricos dominados o insurrectos. Punto de origen de relatos y mitos que reivindican en la memoria histórica el derecho de la “Raza Primera” a poseer dominio sobre la tierra en cuyo seno nace la patria. Relatos históricos cuyo tema obsesivo será el de la disputa, el de la dinámica del invasor y el invadido, el de la usurpación del poder y la dominación aceptada en un ambiente de guerra jugada silenciosamente, como dando espera al momento de la liberación retenido por años y años de represión y deseos de venganza. Se trata de la mirada al imaginario que corre alimentándose de elementos significantes que, de un lado dan idea de unidad como pueblo, como grupo, como tribu, como grey y, de otro, tejen el mito de su predestinado privilegio a ostentar algún poder, algún día, cuando retorne quien será su mesías, su salvador, su liberador, su héroe e imponga la moral de esa identidad que los hace distintos, singulares, quizás más humanos, más personas que aquellos ante quienes se esgrimirán las armas. Foucault nos propone lo siguiente:

“Muy pronto encontramos los elementos fundamentales que constituyen la posibilidad de la guerra y aseguran su mantenimiento, su prosecución y su desarrollo: diferencias étnicas, diferencias de idiomas; diferencias de fuerza, rigor, energía y violencia; diferencias de salvajismo y barbarie; conquista y sojuzgamiento de una raza por otra. En el fondo el cuerpo social se articula en dos razas. Esta idea, la de que la sociedad está recorrida de uno a otro extremo por este enfrentamiento de las razas, se formula en el siglo XVII y será la matriz de todas las formas bajo las cuales, de allí en adelante, se buscaran el rostro y los mecanismos de la guerra social”[6]

El tema de la emergencia de la guerra social como contradiscurso de los esquemas jurídicos de soberanía, se va a llevar hasta el momento histórico de emergencia y de inversión de la dinámica de las luchas. Inversión que supondrá una especie de omisión de la esencia de la lucha o guerra de las razas en tanto pueblos, por parte de otro elemento determinante cifrado en el seno de las contradicciones de clase social emergidas en el siglo XIX. Este proceso permitirá el ingreso de una especie de transcripción de las corrientes del pensamiento científico centradas en los avances de la biología, a la que Foucault denomina “darwinismo social”, toda vez que se traslada la idea de raza al plano biológico, como visión de la sociedad. Lo cual quiere decir que se transponen los términos binarios de la lucha y estos ya no plantean la confrontación con el otro como extraño, extranjero o invasor bárbaro que viene de un lugar externo (énfasis mítico/etnocéntrico), sino que plantean que el otro, el extraño, el invasor lo es desde adentro, es el reverso de la verdadera raza y parasita dentro de la sociedad ya ordenada y conformada (énfasis bio/etnocéntrico).

Entonces, si el discurso de la lucha de las razas aparece y funciona en el siglo XVII como instrumento de lucha frente a campos descentrados o externos, éste mismo, en el ciclo histórico que arranca en el siglo XVIII se consolida en el siglo XIX, se va a centralizar y a instalar en el seno de un poder central que librara el combate no entre dos razas opuestas sino desde una única raza tenida como la verdadera, la que debe velar por defender su patrimonio biológico. En este momento los discursos racistas que legitiman los mecanismos de confrontación, dominación, exclusión y reclusión se centraran en el rigor de las disciplinas biológicas para centrarse en el elemento de las políticas eugenésicas, a fin de enfrentar las llamadas anomalías y la degeneración social, articulando para ello todo el andamiaje de la segregación, la reclusión y la normalización.

Es aquí donde Foucault nos presentará su recorrido o la esencia del mismo, en el cambio de una formulación que toca a la historia como construcción social y subjetiva, determinada por mediaciones de orden político y económico de un lado, de orden cultural, filosófico, religioso y científico por el otro. Esta formulación en estructura, plantea lo siguiente:

- En un primer momento, en el saber de las memorias la defensa contra el Estado, contra la sociedad que ha sido instaurada por el invasor es legítima, por cuanto desde éste, desde su ley, el enemigo como agente externo goza del poder del sometimiento.

- Pero, en un segundo momento, se pasa a defender la sociedad, cuya soberanía reside en el Estado, pues peligra el orden instaurado ante la presencia ominosa de esa otra raza que se construye en el seno de la propia sociedad.

Pasamos históricamente, de defendernos contra la sociedad a defender la sociedad. Dice Foucault:

“En ese momento, la temática racista no aparecerá como instrumento de lucha de un grupo social contra otro, sino que servirá a la estrategia global de los conservadurismos sociales. Surge entonces –y es una paradoja con respecto a los fines mismos y la forma primera de ese discurso…- un racismo de Estado: un racismo que una sociedad va a ejercer sobre sí misma, sobre sus propios elementos, sobre sus propios productos, un racismo interno, el de la purificación permanente, que será una de las dimensiones fundamentales de la normalización social”[7]


II. Emplazamiento y combate de las memorias y de los saberes siempre en lucha.

La apuesta de Foucault es la de recorrer y analizar genealógica e historiográficamente el discurso de las luchas y de la guerra de razas en un punto de partida que toma como referencia la reconstitución de las memorias y las identidades que alimentaran la idea de nación soberana desde el siglo XVII hasta la aparición del racismo de Estado a principios del siglo XX. Realizara todo un recorrido erudito por las formas discursivas de la construcción del relato histórico apuntando a historiadores que elaboran está memoria con la intensión de establecer campos estratégicos de lucha y reivindicación del lugar y del poder de un grupo, clase o casta determinados. El discurso histórico por tanto, no estará eximido de la exigencia a intensificar el aura del poder, de un poder específico, del poder de una clase en ejercicio soberano de gobierno o de un sujeto como soberano reinante allí donde los otros deben sumisión inobjetable.

Este discurso histórico estará articulado, desde la Edad Media, por tres ejes de elaboración y de mediación:

- un eje genealógico, destinado al relato de la estirpe, a resaltar su origen noble y casi divino, su antigüedad, sus héroes y sus hazañas; destinado a establecer y legitimar las líneas hereditarias y las sucesiones.

- Un eje de memorización, a través del que se materializa el registro del acontecer cotidiano de la vida de los héroes; es la crónica de lo que vive el soberano y que merece ser contada y recordada.

- Un eje del ejemplo, como la articulación y puesta en circulación de las acciones y pautas de comportamiento morales puestas como modelos a seguir, a propósito de los héroes soberanos.

Así, hasta la Edad Media las diferentes formas de la memoria histórica se centraban en vincular y deslumbrar, en subyugar y obligar, pero también en seducir con el brillo de la fuerza del relato. La intencionalidad de estas funciones, pone en evidencia al discurso histórico como discurso de poder que, por un lado, vincula y obliga jurídicamente a los sujetos a sujetarse a un pacto de soberanía, pero por otro, a dejarse petrificar y deslumbrar ante el brillo de ese poder ejercido. No obstante, ese discurso no es unánime, ni homogéneo, ni todopoderoso, sino que se ve asimismo socavado, enfrentado, derruido, deslegitimado, cuestionado por el flujo contrario, contradictor y contradictorio de otro que, en su propia historia, es contrahistórico.

Al presentar la historia de la lucha de las razas, Foucault pone en escena el proceso de contradicción continua en el seno de las memorias sociales. Donde la contrahistoria siempre será una instancia de la memoria otra, esa que emerge de las sombras para mostrar el lado sombrío y enmascarado del pacto soberano que funda a la nación. Esta esfera del relato planteara sencillamente que el triunfo de unos es la derrota de otros, que el saber histórico y el andamiaje jurídico se inauguran por el ejercicio de la dominación y del sometimiento en la dinámica de un discurso polivalente, pues la reivindicación de un derecho por el poder no será patrimonio de nadie en particular. De tal manera que, la historia de las naciones en Occidente, se sustentará en una estructura de términos binarios y de establecimiento de modelos contractuales del ejercicio del poder y del gobierno que, al sustentar la relación entre la voluntad general y el pacto de soberanía (verbigracia en Hobbes), introducirán un nuevo elemento sutil y de mediación para el ejercicio de todo tipo de acciones de dominación, se trata del miedo. Hablamos aquí, del establecimiento del estado en términos modernos y que está articulado a un discurso de soberanía soportado desde un pacto que pone el énfasis en un punto de tensión no de la guerra misma sino del mantenimiento en estado de guerra de los ciudadanos, lo cual propicia la legitimación de una especie de lógica bárbara a través de la cual quien detenta el poder lo hace con la connivencia de otros que admiten que lo administre terriblemente con el fin de evitar lo inevitable: la guerra misma.

Del invasor y del invadido, de la confrontación de las memorias históricas y los arquetipos y sujetos que la alientan, de una discusión planteada a la deriva de la raza, como pueblo que comparte una memoria y una tendencia a la lucha, hacia la instauración de la llamada sociedad sobre la base del pacto, en la continuidad de la historia y de la política, mediadas por la preeminencia del discurso biológico. Pasamos a una inquietud que pregunta por el saber en relación con el sujeto, su discurso y su poder. El saber como cifra clave de la memoria que combate. Clivaje de las memorias.

A propósito del incomodo historicismo que no hace más que anudar a la memoria la dinámica de la guerra como relación de fuerza constante, Foucault entabla una reflexión centrada en la dialéctica de los saberes, más allá de la impostura platónica destinada a instaurar que el saber y la verdad sólo pertenecen a estados de orden y de paz, a cierta armonía ideal desde la que organiza el mundo y, por lo tanto, el Estado y la sociedad. Es así como se abre una reflexión que refiere a la institucionalización de los saberes y que opondrá dos formas de encarar la historia de los mismos: una será el modelo que emerge como epistemológico y que pondrá su énfasis en el eje conocimiento/verdad. El otro, será el modelo contrario que es genealógico y que pone el eje central de su reflexión en la relación binaria discurso/poder.

Esta contraposición, este contraste, permite a Foucault situarse en el punto en que la Ilustración, como proyecto cultural emerge para dar forma a toda una concepción filosófica y mental, en cuya esencia no se tratará simplemente del avance de la razón y de la racionalidad sino de “un inmenso y múltiple combate, no entre conocimiento e ignorancia sino de los saberes unos contra otros –de los saberes que se oponen entre sí por su morfología distinta, por sus poseedores que son mutuamente enemigos y por sus efectos de poder intrínsecos”[8]

En este sentido, nos situamos en la esfera de los saberes técnicos y tecnológicos cuyo punto de origen se ubica comúnmente en el siglo XVIII, en franca contradicción con la visión de un proceso de lucha entre saberes deslizada en la cartografía elíptica de una existencia múltiple, simultanea, diacrónica, en distintos lugares y tiempos, en distintas culturas y expresiones. Geografía polimorfa de las tecnologías que con el desarrollo de las fuerzas de producción en el capitalismo, permite una globalización de sus cruces, de sus hibridaciones, apropiaciones, expropiaciones y combates.

La puesta a punto de las llamadas ciencias, será entonces, el resultado de un proceso, de un procedimiento de orden político establecido desde cuatro funciones disciplinares:

- La selección/eliminación. Que permite calificar y descalificar los saberes útiles de los inútiles. Segregación de saberes onerosos y poco rentables al sistema.

- La Normalización. Relación entre saberes que permite la institución de líneas y reglas del ejercicio, de la centralización de las disciplinas y de sus interrelaciones.

- La Clasificación jerárquica. Permite encajar unos saberes en otros, desde los más particulares y materiales, hasta las formas más generales, formales y directivas.

- Centralización piramidal. Destinada a permitir un control de esos saberes, asegurando la selección y la transmisión vertical de los mismos desde sus contenidos y organización.

Esta “disciplinarización de los saberes” inaugurada en el siglo XVIII, tendrá en la ciencia, en las ciencias, el agente y el producto de un activo proceso de coacción, selección y segregación en cuyo seno combaten los dominios, las memorias y las voluntades de saber. La ciencia se instituye ahora como “policía disciplinaria de los saberes”, al desplazar a los dominios de la religión y de la filosofía. Este proceso de desplazamiento y de emplazamiento de un poder-saber, permitirá analizar dos fenómenos: uno, en el que la universidad (aparato educativo) se situará como sistema de organización y legitimación de personas y de saberes. Otro, en el cambio de dogmática del conocimiento que sustituye el valor de verdad de la ortodoxia del saber que recaía en el enunciado, para pasar a poner el énfasis en la enunciación, en el sujeto enunciante. La verdad no estará en lo que se dice, sino en quien lo dice, en como lo dice. Se trata del paso de una ortodoxia de los enunciados a un control ejercido sobre la regularización de las enunciaciones, que permitirá un doble proceso, al establecer un amplio liberalismo en cuanto a la multiplicación de contenidos y, un control riguroso y general en términos de los procedimientos de la enunciación, lo que entrañaría una especie de “desbloqueo epistemológico”, es decir, un proceso de circulación mayor del conocimiento con respecto a la producción de enunciados y de una manera rápida la pérdida de presencia de las verdades, por lo menos de sus alcances y de su injerencia. Entonces Foucault afirma:

“Así como la ortodoxia referida al contenido de los enunciados había podido obstaculizar la renovación del caudal de los saberes científicos, la disciplinariación en el nivel de las enunciaciones permitió, en cambio, una velocidad de renovación de los enunciados mucho más grande. Se pasó, por decirlo así, de la censura de los enunciados a la disciplina de la enunciación, o bien de la ortodoxia a algo que yo llamaría ortología, que es la forma de control que se ejerce ahora a partir de la disciplina”[9]

Los saberes, desde los que se despliega una praxis, funcionan ahora, catapultados por el proyecto disciplinar de la modernidad, como técnicas de poder, disciplinas desde las que se regulariza la voluntad individual otorgando una traza a los contornos corporales de individuo y de sociedad, en un punto de la historia que, como en el siglo XIX, se ubica en el deslinde y en el cruce de las anatomopolíticas de la normalización, propias de los siglos XVII y XVIII, hacia la biopolíticas del poder. Allí resuenan las nociones emergentes y no menos matizadas de estas instancias: el yo, el cuerpo/alma, la psiqué.

En el escenario decimonónico, puerta de entrada a nuestro tiempo, el cumulo de saberes tecnológicos, desde su carácter local, discreto y secreto, serán asumidos como apuesta e instrumento de la lucha económica y geopolítica, a través de la persistente intervención de cuádruple de la función disciplinaria. Paradójicamente, el saber histórico, ingresa en un campo de luchas determinadas por lo político, a partir del intento estatal de recuperar y disciplinar ese saber, esa memoria que pronunciaría la soberanía legitima del estado. Una parte significativa de tal saber, queda extirpada de tal disciplinarización y pasa a establecerse como instrumento de lucha. Así, la historia como memoria de pueblos y de gentes, de naciones y de patrias, se erige en escenario de combates entre un poder estatal que la administra y la normatiza como contenido de enseñanza, y un poder contrahistórico como conciencia de los sujetos en lucha que no se reduce al proceso disciplinar, sino que, a pesar de ser fragmentaria, dispersa y nómada, se despliega y se emplaza en diferentes ámbitos y desde múltiples lenguajes para jugar su papel guerrero.













Excurso de la memoria panfletaria…

Nuevas parejas se estrenan esta nocheentre las sábanas de pensiones baratasdiez mil obreros en paroesperan en la plataformade suicidio colectivoyo soy quien espía los juegos de los niñossi te despistas estaré en tu bolsillo…Muchachos duros ingresan en la mafiapapá revolver protege a sus hijoslos estudiantes se suicidandisparando contra la policía.Los nuestros se quejan por los cristales rotosen todas partes hay gente idiotayo soy quien espía los juegos de los niños…
YO SOY QUIEN ESPíA LOS JUEGOS DE LOS NIÑOS
ILEGALES –ESPAÑA-
(TIEMPOS NUEVOS TIEMPOS SALVAJES)

ES POLITICA
Hemos roto los cristales de los ricos. Hemos conocido las comisarías, las iglesias Y los bancos, y sus casas. Somos pobres. Ellos dicen: son gamberros. Sí, lo nuestro es política.
LA POLLA RECORDS (ESPAÑA)



¿Cómo asumir esta persistente memoria de los combates nunca nombrados pero siempre creídos? ¿De que manera asumir el curso de una historia difunta? ¿Cómo alimentar la memoria personal si el panorama de la verdad muestra al logos y a la ley como trampas de una falsa razón instrumental? ¿Cuál es el tribunal de la historia que debe absolver la desobediencia, la asonada, el motín, la revuelta, la revolución? ¿Qué crimen imputar al hambre que busca comer, al cuerpo que requiere vestido, al organismo que clama salud? ¿Cuál es la condena para la palabra que se pronuncia distinto, para la canción anónima y para el verbo que conjuga un ser otro? ¿En cual historia encuadrar el deseo insumiso de quien escapa a las redes de la moral normalizadora o de quien desde ese cerco intenta demoler sus muros?

La historia, referente de orígenes y gestas. Poética de una crónica que cuenta la versión inmaculada de una patria “bañada en sangre de héroes”. Artilugio banalizado y juego de palabras sin fondo que la familia y la escuela han convertido en simple formalismo. Las contrahistorias, tejido de los relatos anónimos de individuos y de grupos que esgrimen la razón de quien nunca la ha tenido.
¿Hacen falta ejemplos nuestros para sintonizarnos con la inteligibilidad de la memoria histórica en la vía analizadora de la guerra? No es sino que miremos, que leamos:

“Toda aquésa gentuza verborrágica
–trujamanes de feria, gansos de capitolio,
engicabaires, abderitanos, macuqueros,
casta inferior desglandulada de potencia,
casta inferior elocuenciada de impotencia-,
toda aquésa gentuza verborrágica
me causa hastío, bascas me suscita, gelasmo me ocasiona…”
Gaspar von der Nacht

Marchan y seguirán marchando desheredados de la tierra, lo indígenas, llevan en sus pieles letra invisible, impronta del despojo y de la mancha del vencido y de aquel adportas de su exterminio. Claman por la propiedad que nunca tendrán plenamente. Ese tema tan incomodo para la mestiza sociedad hacendada, ese asunto de la tierra. Porque no se trata sólo de que un gobierno despache la cosa comprando los pedazos y las parcelas. Para esa tribu la tierra es otra cosa, incluso es cosa que habla. Es madre.

Nadie se había enterado, de pronto ni ellos mismos, olvidaron los galeones que los acopiaron como ganado para su venta. De pronto un día, en esta globalidad local y chibchombiana nuestra, salen en la T.V. blandiendo sus machetes… detenga la escena y mire esas manotas grandes, callosas, sin uñas ni bálsamos, manos rusticas y rostros expoliados por el sol… los corteros de caña. Una turba, claro, incluso hubo quien dijera de ellos que se aliaban con el terror, terroristas es lo que eran, además de aprovechados. Nos recordaban, en este territorio soberano, social y de derecho, esa condición de esclavos que no han dejado.

En pánico salen, corren, gritan, balbucean, imploran, cierran filas unos, otros quedan en el silencio vergonzante de aquel que, ilusionado, anhelo el maná del cielo. Esa es la otra faceta de ese país que se desvive por atesorar lo que los grandes banqueros hace rato ya acumulan. En cambio, esta otra turba se aferró a la virtualidad egipcia y se la jugó a los naipes. Reivindican el derecho igualitario a la libre acumulación del capital. Olvidan que dinero no es capital. Olvidan que economía, acumulación, riqueza, no se piensan sin política. Tan virtual como esas pirámides, es la ilusión de la acumulación y del bienestar. Memoria de una estirpe de la apuesta y del azar, ahora lanzada a la calle a clamar por sus restos.

En los libros de texto escolares y bajo el dictamen de la estandarización y de los llamados lineamientos, dejada al pobre tiempo comprimido de una escuela destinada a resolverlo casi todo en términos de la formación de ciudadanos, nuestra historia comprimida no deja ver del todo los procesos y las dialécticas de esa memoria que se confronta a sí misma. Por eso los referentes están diluidos en las llamadas competencias. Por eso preguntas como: ¿Qué fue eso de la patria boba? ¿Cuál masacre y cuales bananeras? ¿Cómo así que las guerrillas eran liberales, luego no tenemos presidente liberal? ¿No son muy monótonas las noticias presentando eso de los desplazados? ¿Por qué dice usted que los colombianos en mayoría somos pobres, si este es un país rico? ¿A mi para que me sirve saber quien fue Jorge Eliecer Gaitán si de todas maneras yo lo veo en los billetes de mil? ¿Para que saber de revoluciones de Europa, Asia o América si yo vivo en Colombia y de pronto nunca viajaré por allá? ¿Para que saber de historia si yo lo que necesito es aprender sistemas para conseguir trabajo?

Preocupa una sociedad que no memoriza sus luchas, una sociedad que no mira al espejo de sus guerras y que, olímpicamente reduce el problema de las contradicciones sociales, económicas y políticas a un asunto de seguridad, defender la sociedad, de plantearse en la función delatora de quien señala a cambio del valor de cambio del dinero a otro que es considerado amenaza, un enemigo.

Preocupa el unanimismo cuasi-religioso de una nación mediática que zanja el asunto de la paz simplemente como contrato y como acto de reeducación para quien es sedicioso, criminal o disidente, confundiendo la palabra del otro, cerrando oídos, alimentando odios sordos.

Preocupa el otro unanimismo anónimo, circular, envolvente, ciego a su vez, de ejércitos de civiles dispuestos al mercenarismo a ultranza que juega al conflicto permanente. Agentes de poder que bajo el pretexto de una supuesta defensa vital, administran una muerte técnica, sistemática, terrorífica.

Si los que se hallan en el lugar del supuesto saber en el ámbito de la escuela, de la academia y de la investigación no miran por lo menos a esta memoria desde la guerra como analizadora de nuestra historia, no podemos esperar más que lo mismo repetido una y otra vez: la desmemoria de una sociedad que no se defiende de su más implacable adversario… ella misma.





[1] Foucault Michel. Defender la sociedad: Curso en el College de France: 1975-1976-. Ed. De François Ewald, Alessandro Fontana y Mauro Bertani; trad. de Horacio Pons. 1ª edición en español – Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2000. Página 21

[2] Ibíd., pág., 21
[3] Ibíd., pág., 22 y ss.
[4] Ibíd., pág., 24
[5] Ibíd., pág., 27 y 28
[6] Ibíd., pág., 64
[7] Ibíd., pág., 66
[8] Ibíd., pág., 167
[9] Ibíd., pág., 172

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